La tentación es grande y su papel fundamental. En un momento de cambio y fragilidad de las potencias occidentales, este tipo de líderes autoritarios proyectan mucha más fortaleza. Es el caso de China y Xi Jinping, que se han dado el “sí, quiero” con una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional Popular. El límite de dos mandatos de cinco años al jefe del Estado ha quedado anulado. Es el segundo paso para encumbrar al todopoderoso y eterno Xi, después de que el año pasado el XIX congreso del Partido Comunista aprobara incluir en la Carta Magna una línea de su pensamiento equiparándole a Deng Xiaoping y Mao Zedong.
El poder gusta y el hombre fuerte de Rusia todavía se siente en forma para mirar a los ojos a Occidente. A sus 65 años es el dirigente ruso con más tiempo en el poder desde Josef Stalin. El exagente de la KGB hijo de la Guerra Fría, que según la prensa local llegó a la presidencia por accidente, no ha señalado a ningún sucesor, pero el analista principal del CIDOB, Nicolás de Pedro, descarta un cambio de la Constitución que le permita seguir en el cargo: "Si miramos atrás, Putin siempre ha sido muy legalista, en el sentido de cumplir a rajatabla la literalidad de la ley y siempre ha sido reacio a cambios constitucionales de extensión de mandato presidencial".
El nuevo estilo de liderazgo que ya cultivan China y Rusia utiliza los medios de comunicación para construir el culto al líder, a través de la fuerza y el patriotismo y aprovecha, sobre todo, la idea de que hacen del país una potencia a la que el resto del mundo tiene que respetar. La idea se ha expandido y vemos otros hombres fuertes en países de dudosa calidad democrática como Egipto, donde el hombre fuerte se llama Abdel Fattah al Sisi, o Turquía, donde Recep Tayyip Erdogan ha dado un vuelco a la política interna y externa, sacando al país a una escena de Oriente Medio donde se ha convertido en un jugador fundamental.
¿Qué hará, entonces, el nuevo “Zar” de Rusia? Se baraja la posibilidad de que haya un relevo generacional que permita una política continuista de su liderazgo, una especie de "marioneta" que le permita continuar gobernando en la sombra si el riesgo crece.
Hay dudas sobre qué decisión tomará Vladimir Putin y cómo de fuertes serán los miedos del Kremlin. Es él, y no el Estado, quien ha elevado a Rusia a la categoría de potencia mundial.
Esta incertidumbre sobre el futuro del sistema marcará la política interior y exterior de Rusia y, por ende, sus relaciones con la OTAN, Estados Unidos y Europa durante los seis próximos años. De momento la era posPutin no llega.