Hace unos días nos hemos desayunado con una nueva polémica por la interpretación de las cifras del mercado laboral español; esta vez, entre el presidente del PP, Alberto Núñez Feijoo y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. El motivo no ha sido otro que el teórico descenso del nivel de desempleo en España, debido a la consideración de una parte de los antiguos contratos temporales como fijos discontinuos y, por tanto, como no parados, aunque realmente no estén trabajando.
La polémica viene de lejos, ya que fue Felipe González en su primera legislatura, concretamente en 1985, el que promulgó que las personas que trabajaban una parte del año, pero tenían un contrato vigente plurianual, dejaran de ser consideradas como parados en el tiempo en el que no prestaban sus servicios, y el motivo no fue otro que ajustar las cifras de los jornaleros andaluces que recogían la aceituna o la fresa durante unos meses al año, pero luego no tenían actividad.
Así las cosas, con la reforma de la reforma laboral que se ha publicado hace unos meses, muchos trabajadores que eran contratados con contratos de lunes a viernes y luego se les despedía para volverlos a contratar el lunes siguiente (práctica mezquina por parte de algunos empresarios), han pasado de temporales a fijos discontinuos. Se estima que esto ha podido ocurrir con más de doscientos mil y, lógicamente, el paro ha disminuido, pero no de forma real, sino de forma “administrativa”. Por tanto, ambos tienen razón; Feijoo por decir que las cifras no son homogéneas, y Yolanda al afirmar que esta práctica venía de 1985 y no ha sido cambiada. Y los dos dejan de tenerla, porque ambos han dicho sólo parte de la verdad, en función de sus intereses políticos.
El cambio legislativo ha sido oportuno y ha beneficiado a una parte importante de trabajadores, pero sería razonable que, al menos durante un año, se publicaran cifras homogéneas con los dos sistemas de cómputo, de manera que podamos ver si realmente está mejorando la tasa de desempleo o no lo está haciendo. Algo parecido ocurrió con la afiliación a la Seguridad Social cuando, hace tres o cuatro años, se decidió por parte del Gobierno incorporar como afiliados a las personas que atienden a personas dependientes en su casa, aunque no cobren un sueldo. Ahí tenemos unos 67.000 afiliados que antes no estaban y que, por tanto, no permiten homogeneizar las cifras con años anteriores, haciendo que pensemos que las cifras han mejorado más de lo que realmente lo han hecho.
Es evidente que la elevada tasa de desempleo es una de las notas conceptuales características del mercado laboral español. Esta tasa tiene sus entradas: nuevos desempleados, jóvenes que buscan su primer empleo e inmigrantes que llegan a España buscando trabajo; y sus salidas: personas que encuentran empleo, inmigrantes que retornan a sus países de origen, jóvenes que buscan trabajo en otros países porque no lo encuentran en España, personas que tiran la toalla y se borran de los registros y, una partida muy importante, los que se jubilan o prejubilan. En el cuadro siguiente, podemos ver la evolución que han tenido estas cifras en los últimos quince años:
Podemos observar que, a pesar de las alharacas del bipartidismo, el número de asalariados del Sector Privado, que son los que pagan impuestos [1], está muy lejos de recuperar los niveles previos a la crisis financiera, habiendo disminuido en un 4,44% el número de empleados en las empresas españolas, que han pasado de 14,126 a 13,499 millones. Por el contrario, los empleados públicos han incrementado su presencia en un 17,04%, pasando de 2,97 a 3,476 millones. ¡Todo un ejemplo de incremento de la productividad global de nuestro modelo productivo! Disminuimos los trabajadores productivos del Sector Privado en 627.000 e incrementamos los empleados públicos en 506.000. ¿Y cómo se hace eso? Muy sencillo, aumentando sin parar el nivel de Deuda Pública, y que paguen las siguientes generaciones. Si se prima ser funcionario, será difícil que el país desarrolle un modelo empresarial productivo similar al que tienen nuestros homónimos europeos.
Por supuesto, los parados se han incrementado en casi un 60%, pasando de 1,942 a 3,104 millones, cifra con la que parece cómodo el Gobierno. Y en cuanto a los jubilados, se han incrementado en casi un 30% en estos quince años, pasando de 5,119 a 6,647 millones. Con esta información, podemos establecer los flujos del mercado laboral español en estos quince años, que se pueden observar en el siguiente cuadro:
De las cifras anteriores, merecería la pena destacar el movimiento de extranjeros, cuyo incremento en términos relativos ha sido bastante superior al de los españoles debido, sobre todo, al hecho de que tienen un índice de natalidad muy superior al de los españoles. Ello hace que se incremente el número de personas inactivas (niños que nacen), mientras que, en el caso de los españoles, disminuyen en más de un millón (como no nacen niños, los adolescentes se incorporan al concepto de activos a partir de los dieciséis años, pero no se reponen en la parte baja de la pirámide de edad).
Y un último apunte sobre la evolución de algunas categorías de personas inactivas en el período que estamos considerando:
Vemos de nuevo cómo va cambiando la estructura laboral en España. Que hayamos pasado del modelo franquista, según el cual las mujeres tenían que ser madres y amas de casa, al modelo actual en el que las mujeres están plenamente incorporadas al mercado laboral, ha supuesto que en los últimos quince años las amas de casa hayan disminuido en un 28%, 1,318 millones de mujeres menos, probablemente en su mayor parte por bajas vegetativas, mientras que cada vez hay más estudiantes (+37,58%), casi novecientos mil más. La disminución de incapacidades (-11,91%) tiene mucho que ver con la reducción del sector industrial y el bajón de la construcción por la explosión de la burbuja inmobiliaria, aunque tardará tiempo en disminuir hasta una tasa adecuada para una economía de servicios como la España actual, ya que también deberá producirse por causas vegetativas (los incapacitados no pasan a ser considerados como jubilados al cumplir la edad de jubilación; siguen siendo considerados como incapaces hasta su fallecimiento).
Probablemente, los dos principales problemas del mercado laboral español son la falta de formación de los empleados y su productividad, produciéndose en el primer caso fenómenos que denuncian un desacoplamiento entre oferta y demanda, existiendo sectores que demandan cientos de miles de trabajadores, y que no encuentran forma de cubrir esa demanda. Es posible que la idiosincrasia de los trabajadores españoles haga que muchos de ellos no estén dispuestos a aceptar la movilidad geográfica para mejorar la calidad de sus empleos, pero las políticas públicas no pueden forzar que los españoles quieran formarse o les guste trabajar siempre en el mismo sitio. Eso exigirá de años para conseguir cambiar la mentalidad de este colectivo.
En lo que respecta a la productividad, es preciso huir de los tópicos, ya que no se puede decir que la infinidad de micropymes españolas tengan poca productividad, porque cuando un bar con dos camareros está varias horas al día sin que entren clientes a tomarse un café o una cerveza, no se les puede pedir a esos empleados que sean más productivos; simplemente, no pueden, porque el problema no es de productividad, sino de demanda. El dueño del bar no puede prescindir de un camarero, porque cuando viene la gente a la hora del desayuno o de la comida necesita a los dos.
Es preciso tener en cuenta que la demanda puede ser continua (sector industrial), discontinua (sector servicios), e incluso esporádica (para muchos autónomos). Por tanto, cuando Antonio Garamendi, que creo que está haciendo una buena labor en la patronal, dice que hay que ligar los salarios a la productividad, petición que llevamos décadas oyendo, lo que no dice es en qué sectores debe hacerse, porque en el caso del turismo, realmente sería imposible de computar; en el caso industrial, las empresas tienen poco peso en el PIB; y en lo que respecta a las compañías energéticas, hace mucho tiempo que su nivel de robotización es muy superior al del resto de los sectores de la industria, por lo que dividir el PIB entre el número de empleados resulta una medida difícil de estandarizar, tanto a nivel sectores de nuestro país como comparativamente con otros países de nuestro entorno.
Aun así, podemos establecer una medida grosera que nos permita comparar el salario medio con el índice de productividad de algunos países europeos:
Decimos que la medida es grosera, porque el PIB agrupa tanto la producción del sector público, como la del sector privado, como la del colectivo de autónomos, que no son iguales en todos los países. Además, el modelo productivo de cada país es diferente, y no es lo mismo un país como Alemania con un elevado peso del sector industrial, que un país como España, cuya actividad tiene mucho que ver con el turismo y la hostelería, y además está plagado de micropymes.
Aún así, podemos extraer algunas conclusiones:
- La productividad en España es baja en relación con los países de nuestro entorno, pero no lo es tanto como a veces se dice; el ratio de 60,6 está por debajo del de Alemania (87,6), pero teniendo en cuenta el modelo productivo alemán, la diferencia no es abrumadora.
- Países como Irlanda, Noruega y Suiza tienen un índice de productividad elevadísimo (entre 150 y 175), pero son países con un modelo productivo muy específico, y en el caso de Irlanda o Suiza, están computándose muchas grandes empresas o grandes patrimonios radicados allí tan solo por motivos fiscales.
- Los salarios españoles son prácticamente la mitad que los de otros países europeos, lo cual hace que nuestras cuentas públicas estén especialmente afectadas, ya que los impuestos directos y las cotizaciones a la seguridad social son un porcentaje de dichos salarios.
- Si calculamos el ratio que compara los salarios medios con la productividad, vemos que España está a un nivel similar a Francia o Italia. En España se pagan salarios muy bajos, acordes con la productividad de las actividades que se realizan en nuestro país. Es el precio de tener una economía concentrada en el “ladrillo y la cerveza”.
Por tanto, somos rehenes de nuestro modelo productivo, que lleva demasiado tiempo focalizándose en micropymes del sector terciario, y ello afecta tanto a la productividad como al nivel salarial. Podemos comprobar en el siguiente cuadro las importantes diferencias que existen según los distintos sectores de nuestro país, tomando como base la última Encuesta de Población Activa (EPA) de marzo 2022 y la Contabilidad Nacional del primer trimestre del mismo año:
Como podemos observar, la productividad medida por el ratio PIB/núm. trabajadores es muy alta en el apartado de “Otras Industrias”, donde se encuentran las compañías energéticas y de suministros en general, debido a que tienen muy poco personal con relación a lo que facturan. Además, las cifras se refieren tan solo a un trimestre, por lo que, a nivel anual, estaríamos hablando de que cada trabajador produce para estas compañías la respetable cifra de 776.388€. Evidentemente, la mayor parte no la producen los trabajadores, sino la tremenda estructura tecnológica que se ha desarrollado en estas empresas (refinerías, centrales nucleares, centrales de ciclo combinado, molinillos de viento, etc.).
Sin embargo, la productividad del campo, de la pesca, del turismo, del sector público, e incluso de la banca, es muy baja, siendo difícil que un trabajador produzca al año más de 40.000€ “brutos”, lo cual a nivel de resultados finales demuestra las debilidades del modelo productivo español.
Hay trabajos, como la restauración, en los que todo es mano de obra y no puedes poner robots a servir (al menos de momento), y otros trabajos, en los que se puede robotizar mucho. El caso extremo serían las gasolineras sin personal, en las que el conductor se sirve solo. En ese caso, la productividad sería infinita, ya que el número de empleados es cero. Por tanto, cuando la CEOE suelta su permanente latiguillo de que los salarios hay que ligarlos a la productividad, realmente lo que dice es que no quiere subirlos.
Sinceramente, creo que los trabajadores españoles no son especialmente productivos, pero, sobre todo en las grandes empresas energéticas, se ha producido, y se seguirá produciendo, una callada sustitución de personas físicas por tecnología. Algo diferente, aunque con efectos similares, es lo que ha estado ocurriendo, por ejemplo, en el sector bancario, que ha disminuido notablemente su personal en activo. En este caso, la tecnología ha facilitado que seamos los clientes los que hagamos el trabajo de los empleados, usando los cajeros automáticos y haciendo las transferencias por internet, o usando las APP.
Por tanto, y aunque, por su complejidad, no se pueda valorar el efecto tecnológico en la productividad de las empresas, creo que ha sido muy elevado y que, dependiendo de los sectores que analicemos, el peso será mayor o menor, pero lo que no se puede hacer es decir genéricamente que hay que ligar salarios y productividad, porque esa ligazón es muy complicada de medir con objetividad. No es lo mismo una economía de servicios plagada de micropymes, como es la española, que una economía industrial con grandes empresas con medidas informáticas de la productividad. No se puede seguir pensando genéricamente en la cadena de producción de coches de Henry Ford.
Las cifras oficiales de desempleo de la economía española arrojan, ya lo hemos dicho, una tasa descorazonadora, pero es muy posible que no puedan cambiar, salvo que se produzca una modificación significativa de nuestro modelo productivo, así como un cambio importante dentro de la Unión Europea a la hora de considerar el autoabastecimiento de la Unión en materia alimentaria, de producción de suministros sanitarios y de otros productos industriales básicos. Dejar que todo lo fabriquen los chinos u otros países en desarrollo, porque es más barato, puede que no sea una estrategia adecuada en el complejo mundo geopolítico al que nos enfrentamos. Si cambiamos las políticas industriales y de abastecimiento, es posible que los países europeos, y especialmente España, recuperen mucho del empleo que se ha ido perdiendo en las sucesivas reconversiones industriales que hemos sufrido en los últimos cuarenta años. Los políticos tienen la respuesta; a ver si esta vez no nos fallan.