Nos hemos despertado con una noticia aireada con alharacas por parte del Gobierno: la inflación ha bajado al 6,8%, y además resultaba ser de las mejores de Europa. La cifra como tal no indica lo que realmente ocurre en la economía nacional, amén de la dificultad de comparar ese dato con el de los demás países europeos debido a la tan traída y llevada “excepción ibérica”, y por el hecho de que los salarios en España son muy bajos en comparación con los europeos y porque el encarecimiento de los productos básicos hace mucho más daño a los españoles que a los europeos, ya que estos reducen su ocio, mientras que nosotros a veces tenemos que apagar la calefacción.
Obviamente, a nuestros políticos, que muchos de ellos “son de letras” (y algunos ni eso), no se les puede exigir que entiendan complejos teoremas matemáticos, pero saber lo que significa un porcentaje sí que podíamos pedírselo, especialmente cuando el anterior titular lo ha dado por bueno casi todo el mundo.
Saber medir algo que nos está haciendo tanto daño en nuestros bolsillos en los momentos actuales merece la pena ser tratado con un mínimo de seriedad. La única forma de computar la inflación, en una espiral como la que estamos sufriendo, es hacerlo en términos acumulativos y utilizando números índices. Cualquier otra cosa es buscar un titular que atraiga lectores, y que lo hagan los políticos pase, pero se supone que los periodistas, junto con los jueces, son los últimos bastiones de la democracia liberal representativa. Si la independencia y objetividad de aquellos fallan, acabaremos como los rusos con Putin.
Pero vayamos a lo nuestro. En el verano de 2021 comenzaron a subir con fuerza los precios, por lo que, durante los doce meses siguientes, los incrementos interanuales de inflación eran claramente representativos. Pero, hete ahí, que han pasado ya más de doce meses, y los incrementos se están calculando ya sobre incrementos previos, por lo que, al cambiar el denominador de cálculo del porcentaje, lo que ocurre es que los incrementos interanuales dejan de reflejar los incrementos previos y, lo que es más importante, nos llevan a la ilusión de que, al ser las cifras menores, están subiendo menos los precios, y se está doblegando la inflación, e incluso los más crédulos pueden hasta estar pensando que los precios están bajando.
Sin embargo, los ciudadanos ven que los alimentos básicos han subido dos dígitos y no el 6,8% que decía la noticia periodística. Un ejemplo sencillo; supongamos que un producto vale 10€ y sube de precio pasando a valer 15€. Obviamente, el incremento ha sido del 50% anual. Pasa otro año, y vuelve a tener un incremento igual al anterior, pasando de 15€ a 20€. Oficialmente se dirá que ha subido un 25% (20 sobre 15) y que la inflación ha disminuido a la mitad, pero todos sabemos que es mentira, ya que el incremento ha sido el mismo que el del año anterior.
Por tanto, y como ya hemos indicado, lo que tenemos que hacer es trabajar con números índices, fijar un mes base, y calcular todos los incrementos sobre ese mismo mes para que sean homogéneos. Hagámoslo con el Índice de Precios al Consumo (IPC) español en estos meses, y veremos el incremento real oficial de inflación que vamos teniendo en nuestro país:
La realidad es que en los últimos dieciséis meses el IPC se ha incrementado en un 10,65%, el de alimentos y bebidas un 17,20% y el de vivienda y suministros un 12,89%. Por tanto, lo del 6,8% no es más que una ilusión óptica para llenar titulares de periódicos. Pero, es más, el IPC se elabora calculando el incremento de 479 productos, y no creo que los españoles, y en particular las clases medias y trabajadoras, compren cientos de productos todos los meses, sino que tratan de sobrevivir con lo más básico, lo que realmente necesitan.
Por lo que antecede, nos vamos a atrever a seleccionar un conjunto de productos que son los que presuntamente consumirían con habitualidad los hogares españoles, y ver realmente cómo nos está afectando esta ola inflacionista. Para ello, dividiremos los productos y servicios consumidos en tres bloques:
- La cesta de la compra.
- Vivienda y suministros.
- Transporte público y en vehículo propio.
Obviamente, se trata de juicios de valor, tanto en cuanto a los productos seleccionados como al peso específico que cada uno de ellos tiene en el presupuesto familiar mensual, pero se trata de una aproximación que consideramos razonable en la situación económica actual de las familias españolas. Probablemente, el aspecto más significativo es la elección del peso que el alquiler de la vivienda tiene en el presupuesto familiar y que hemos cifrado en un 36%, el cual, lógicamente, diferirá en función de la radicación de la vivienda, siendo mayor, por ejemplo, en Madrid, y menor en Soria o Badajoz, pero en términos de media, parecería razonable que ese porcentaje fuera el adecuado.
No se ha considerado el caso de que se tratase de una vivienda en propiedad, ya que ahí la disparidad del coste de la hipoteca, unida a los gastos de comunidad, IBI, tasa de basuras, etc., haría realmente muy difícil aplicar un peso razonable, al margen de que, en condiciones normales, las clases trabajadoras tienen muy difícil la adquisición de una vivienda en propiedad, sin tener en cuenta las posibles herencias o donaciones que complicarían todavía más el análisis.
Como podemos observar, más de la mitad del presupuesto familiar (52,2%) se iría a cubrir los gastos de la vivienda, mientras que la cesta de la compra supondría un 26,8% de los gastos familiares. El problema es que el gasto de la vivienda es rígido a la baja y apenas se puede reducir (apagando la calefacción o usando velas en vez de luz, pero ello no es de recibo en una economía occidental), por lo que en lo que se puede restringir es principalmente en la cesta de la compra y usando el transporte público en vez del coche propio.
Con el planteamiento anterior, la cesta de la compra se ha encarecido en más de un 20% en los últimos dieciséis meses, mientras que la vivienda no ha llegado al 4% y el transporte ha aumentado un 9%. Estas cifras, que supondrían un IPC específico para clases medias y trabajadoras del 9,42%, inferior en más de un punto al IPC oficial, nos cuadrarían bastante más con lo que está pasando en nuestras economías familiares, donde el precio de los alimentos nos ha desbordado el presupuesto mensual (destacando los incrementos del 40% en el precio de la harina, del 31% en el de la pasta, del 30% en la leche, del 27% en los huevos, del 31% en las verduras o del 43% en el azúcar), y nos está obligando a cambiar nuestras pautas de alimentación, haciendo que comamos alimentos de peor calidad o incluso que ingiramos una mixtura nutricional peor de la que deberíamos.
Y es que una persona mileurista, y de esas hay muchas en España, que sólo puede dedicar 200 o 300 euros al mes para alimentar a su familia, el que le suban un 20,49% el precio de los alimentos supone que le faltan entre 40 y 60 euros más al mes para llenar la cesta de la compra, y ello se traduce en incrementar el consumo de pasta y de arroz en la dieta familiar, en detrimento del consumo de carne o pescado (el pollo se encarecido en más del 18%), y eso no es bueno para la salud, especialmente para el desarrollo de los niños.
En resumen, primero aprendamos a evaluar cuantitativamente el problema al que nos enfrentamos, y después tomemos medidas para atemperar sus efectos. Nuestro problema actual es, claramente, el elevado precio de los productos alimenticios, muchos de los cuales no están en absoluto justificados y tienen su raíz en los oligopolios de la cadena alimentaria. Por eso, el buscar soluciones repartiendo cheques no puede ser la solución, ya que los oligopolistas lo saben y pueden incluso incrementar más los precios aprovechando las ayudas estatales. Si las familias vulnerables necesitan comida, démosela, mediante acuerdos con los productores agrarios y estableciendo una red de distribución directa a lo largo de la geografía española. De esta manera, se dará estabilidad a la producción agraria, se abaratará el coste para las cuentas públicas, nos aseguraremos de la estabilidad alimentaria de esas familias vulnerables (amén de establecer un necesario censo) y, probablemente, disminuiremos la inflación de los productos de la cesta de la compra.
Naturalmente, y como es habitual, no se me hará caso, y se seguirán repartiendo cheques y publicando incrementos interanuales de inflación, que cada vez serán más pequeños ignorando los aumentos previos, pero… ya estamos acostumbrados. Es lo que hay.