Lo que parecía ser un punto de inflexión termina en un paso en falso. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeu, buscaba cerrar un gran acuerdo comercial en su viaje de cinco días a Pekín, pero parece que deja la capital de China únicamente con acuerdos económicos menores bajo el brazo.
Las señales parecían claras, los legisladores canadienses se marcaron el objetivo de impulsar conversaciones sobre el libre comercio y Trudeau cantó alabanzas sobre el atractivo del mercado chino. Los primeros ministros de ambos países han firmado acuerdos en materia de turismo, importaciones de carne y aceite y lucha contra el cambio climático, pero queda lejos la creación de un Tratado de Libre Comercio entre Canadá y su tercer socio comercial.
Detrás de este viaje está el hecho de que las perspectivas comerciales de Canadá han empeorado tras la amenaza de Donald Trump de retirarse del NAFTA. A medida que la incertidumbre aumenta en torno al acuerdo comercial que une a Canadá, Estados Unidos y México el país del arce busca diversificar sus relaciones comerciales.
Entre las dificultades está la propia agenda progresista de Trudeu, que apuesta por acuerdos basados en la ética laboral y ambiental, en la igualdad de género, los derechos humanos y los derechos de las poblaciones indígenas. Temas sobre los que Pekín no parece muy dispuesto a negociar.
Estas complicaciones llegan al propio tejido empresarial. Las compañías canadienses desconfían de algunas de sus contrapartes chinas, condicionadas por su propiedad estatal.
Por otro lado, cualquier conversación del país norteamericano con China también entraña el riesgo de elevar la tensión con Estados Unidos, que podría percibir a Canadá como una vía para que los baratos productos chinos lleguen al mercado estadounidense.