El relato viajero que os proponemos os llevará hasta Toledo.
Alguien me dijo una vez, que algún día, olvidaría aquella historia. Una historia que, entre tanta leyenda, esa medianoche de Corpus Christi, se fundía, forjando en acero realidad. Una noche de junio en la que sin prisa y sin problemas, sin príncipes, pero reinas, nos quitamos los zapatos para bailar descalzas en un lugar que nos dedicaba sus mejores canciones. Aquel que en su día ya enamoró a Cervantes, a Quevedo, a El Greco, a Bécquer y a Buñuel.
Tal vez ellos en su tiempo, como nosotras en el nuestro, habían seguido las huellas que te llevan al Mirador del Valle. Porque no hay mejor horizonte que ver cómo se vuelve día la noche, entre cúpulas y torres. La corriente del Tajo se llevaba nuestros miedos mientras el eco de los siglos gritaba: “no seáis nunca brisa cuando habéis nacido para ser tormenta”.
Cuando olvides lo que nos hace especiales acuérdate que entre cientos de miles de personas, y una bonita casualidad, decidimos soltar una mano para perdernos en el Circo Romano. No sé cómo se llama el espacio entre un segundo y el otro, pero en ese breve momento nuestro pequeño pie del 32 comenzaba a crear camino, despacio. Porque ya sabéis que correr no significa llegar más lejos. Por aquel entonces nos gustaba jugar a que éramos romanas conquistando territorios de Hispania. Nuestra historia se iba grabando a fuego en piedra, como la cultura lo hacía en el papel que ahora, desde la Biblioteca de Castilla La Mancha, recuerda el ayer, para ser hoy e intentar el mañana.
Jugábamos a cruzar el Puente de Alcántara, victoriosas tras la conquista, vestidas con la toga con bordados de palmas de oro, como lo hicieron en tiempos del Imperio en aquella “ciudad pequeña, pero bien fortificada”. Jugábamos a escondernos en laberintos sin salida, haciendo el silencio entre la agitación de un casco histórico donde todos te miran pero no te ven. Perdida en el bullicio, me parecía escuchar una voz. Inocencia envuelta en rizos y primavera en la mirada que buscaba ser heroína en provincia romana: “Agárrate a mí, amiga, que quiero verte bailar”. Desde Roma a la ciudad, Toletum se le llamaba.
Cuando olvides lo que nos hace especiales acuérdate de las pequeñas peleas en nuestras conversaciones de madrugada. Que el orgullo es demasiada distancia si la recorres a pie. Pero al igual que los primeros y últimos visigodos crearon allí sus Concilios, nosotras creamos bufandas para quitarnos el frío bajo la Puerta del Sol tras abrazos desabrochados en aquella de la Bisagra. Acuérdate que pase lo que pase tendremos ese poder para reconstruirnos. Crecíamos conquistando etapas, como lo hacía la capital de aquel reino, que más tarde, se convertiría en la Joya de Alá. Me acuerdo cuando tú soñabas con ser la bella mora Galiana. Con tu perfume en frasco pequeño y ojos negros como el azabache encontraste a Carlomagno frente a la Mezquita del Cristo de La Luz. Habíamos cambiado historias de heroínas y batallas por amor, porque dejarse querer también es de valientes.
Queriendo seguir tus pasos fui buscando mariposas. Las encontré en la Judería, tras la Sinagoga de Santa María la Blanca; pero aquellas solo vivieron en un suspiro. Preferí entonces perseguir palomas, que como dice la leyenda, bien una de ellas podría ser la bella princesa judía convertida en ave tras morir de amor. Podríamos habernos cruzado sin vernos, mirando hacia otro lado; pero fue en la Sinagoga del Tránsito donde una muy bien estudiada casualidad hizo que coincidiéramos tú y yo. Ya sabes lo que dicen “seguir tu destino es cuestión de arte, y no de conformarse”.
Cuando olvides lo que nos hace especiales acuérdate de los días de lluvia rompiendo el reflejo de la Catedral de Santa María que se miraba coqueta en los charcos de unas calles que nos robaban el aliento. Nos gustaban los secretos tanto como a El Greco, que guardaba su tesoro en La Iglesia de Santo Tomé, aquella que adornó de pétalos tu vestido blanco en una mañana de “para siempres”. En la Plaza de Zocodover contemplábamos a aquella “nosotras” que había nacido de sus ojos azul cielo y jugaba, de nuevo, a ser guerrera romana, mora, judía y cristiana.
Alguien me dijo una vez, que algún día, olvidaría aquella historia. Pero como olvidarla si seguimos contando presentes tras superar conquistas y batallas. Ahora, con las arrugas del tiempo volvemos a mirar Toledo desde el Mirador del Valle para darle sentido a la historia. Habíamos sido guerreras, princesas y reinas en ‘La Ciudad de las Tres Culturas’, donde su más famoso rey fue la tolerancia, y donde tras el abrazo de su escudero El Tajo, convivían moros, judíos y cristianos. Todos ellos bajo la atenta mirada de su protector: El Alcázar, símbolo de fortaleza desde aquella época romana.
No tardó mucho en pasar el tiempo. Solo un rato. Una eternidad… Y, sin embargo, aún hoy no se ha extinguido el eco de la historia, porque la historia, no es más que eso… Un inagotable presente continuo.
Relato Viajero: Toledo
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