Son las teclas de un piano que se tocan las que detienen mi paso y me recuerdan, por un momento, una de las mayores experiencias vividas. Esta suave melodía hace que durante instantes se detenga el tiempo… simplemente para volar. Para volar hasta Albarracín.
Hoy necesito que me prestes atención porque quiero hablarte de la sensación de libertad, de sentir el vértigo pero no tener miedo a las alturas… ¿Te apetece que demos un paseo por las nubes?
Al convertirnos en pasajeros del viento, es él quien marca nuestro itinerario… Aunque la dirección y la velocidad están controladas por ‘Eolo’, la altura la controlamos nosotros porque será el límite al que queramos llegar.
Y así, como el quemador que expulsa la llama para calentar esta esfera ascendemos hasta contemplar un lugar mágico, la Sierra de Albarracín. Trata a este globo con cuidado, no te pongas nervioso, contiene sueños.
Se trata de una auténtica aventura para los amantes de Teruel… o, en este caso, de la naturaleza. ¿Sabes esa sensación de encontrarse flotando a merced de las brisas?
Durante el ascenso vemos que el antiguo casco yace sobre las faldas de una montaña, rodeada casi en su totalidad por las aguas del Guadalaviar que chocan con las del Tajo, Júcar, Cabriel y Jiloca y donde, al sur, los Montes Universales son espectadores de nuestro paseo.
Desde abajo, y entre la piedra arenisca roja, se alza la propia ciudad que nos saluda, su Catedral del Salvador, el Castillo de Albarracín que fue alcázar andalusí, el Palacio Episcopal, La Torre del Andador o la de Doña Blanca. Y todos protegidos por las esbeltas murallas del siglo XVI.
¿Te das cuenta? El paisaje desde arriba es fantástico, todo parece de miniatura, no hace frío y el aire que respiramos es el más puro. Y así, embelesados por esta tierra y desde el aire descubrimos el paisaje protegido de los Pinares de Rodeno.
Entre carrascas y roca caliza se encuentran jabalíes, corzos y ciervos que hacen de esta zona su ecosistema. Nos cuentan que hay diferentes cuevas entre estos pinares con importantes muestras de arte rupestre que impregnan el Prado del Navazo o Doña Clotilde.
Visto así, el cielo y el mundo adquieren una nueva perspectiva, parece como si la realidad de las cosas cobrase un nuevo significado. La emoción del ascenso, la percepción del espectáculo, la conciencia del aire fresco y limpio que dirige nuestro rumbo, las nubes ya están al alcance de nuestra mano.
Ahora descubrimos otro Albarracín, el de Bezas. El manto azul de su laguna me recuerda a tus ojos y su Peña de La Cruz a la inevitable y necesaria libertad que proclamamos desde las alturas. ¡Imponente peñasco! Invita a una visita obligada.
El suave movimiento nos mece a otras de las rutas, el Huerto de la Tajada y el singular valle de Fuente Buena. Aquí nos beberemos tú, yo y su manantial.
Estamos volando por encima de los techos de las casas y seguramente los niños nos miren impresionados; el globo pasa a toda calma… Prolonguemos entonces este viaje hasta que vislumbremos Rodeno.
Nos trasladamos a una época pasada. De sus construcciones de piedra sobresalen la iglesia de Santa Catalina, la adintelada y rocosa Cisterna que se corona con una torrecilla circular; y con vista de pájaro y prismáticos también observamos los lavaderos.
¿En qué miedo descubriste que eras valiente? El guía ya nos anuncia la hora de aterrizar. Unos minutos después la cesta toca el suelo pero durante algún tiempo hemos tocado el cielo, el de la Sierra de Albarracín… ¿Seguimos soñando o ponemos los pies en la tierra?
Relato Viajero, Albarracín
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