Cuando el caminante penetra en este lugar, lentamente empieza a andar. Cuenta sus pasos en la gran quietud. Se detiene y nada siente; está perdido. Le prende un dulce olvido del mundo/ en el silencio de aquel lugar profundo. Y no piensa salir de él. O si lo piensa, es en vano. Se halla preso por el hayedo d’en Jordá. Prisionero del silencio y del verdor. ¡Oh compañía! ¡Oh liberadora prisión!”.
Con estos versos definía a la Fageda d’en Jordá el poeta Joan Maragall, abuelo del ex presidente de la Generalitat de Catalunya. Y es que ella, la Fageda, es la piedra angular en torno a la cual se vertebra La Garrotxa, la más singular de las comarcas catalanas. Una comarca marcada también por un elemento natural singular: los volcanes. Una cuarentena de conos camuflados entre la vegetación, que en otoño mutan su manto verde por ocres, rojizos y amarillentos tonos. Pero que no cunda el pánico: desde hace más de un centenar de siglos –¡una eternidad!– esos volcanes permanecen sumidos en un sueño eterno del que ya jamás despertarán.
Por eso la Garrotxa es tan especial. Porque en lugar de montañas tiene volcanes. Y permite al viajero, al caminante, descubrir una escenografía natural distinta, privilegiada, sin temor al tremendismo que provoca en nuestra mente las imágenes del Vesubio o el Etna en plena erupción, emanando lava. Aquí, en la Garrotxa, estos conos componen un fascinante Parque Natural que invita al relajado paseo, a la meditación… o a la pura y simple contemplación desde espectaculares miradores como el del volcán Montsacopa, protegiendo a Olot; o el de Les Preses, camino del Valle d’en Bas.
Pero la Garrotxa también es atracción medieval. Y para dejarnos llevar en sueños hasta el medioevo, basta con cruzar el majestuoso puente de Besalú y brujulear por sus adoquinadas calles. O rendir pleitesía a Castellfullit de la Roca “formidable centinela que delimita el llano de la montaña”, como la definía Josep Pla. O refugiarse entre las murallas de Santa Pau...
Quien eche en falta el agua, en una comarca de tierra adentro, que no se preocupe: puede satisfacer su necesidad visitando los saltos de agua de Can Batlle, a las afueras de Santa Pau en dirección a Bañolas; o los del Molí Fondo, en Sant Joan les Fonts, entre Castellfollit y Olot.
Y es que la Garrotxa tiene de todo. O casi. Una auténtica erupción de sentimientos. Un volcán de sensaciones que fluyen a flor de piel.
La Garrotxa, color y sabor primaveral
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