Vistas panorámicas, playas, salinas, molinos o torres de piratas. Formentera es una isla que nunca se acaba. Un lugar para dejar atrás el estrés diario y sumergirse en un entorno mágico rodeado de paisajes relajantes donde respirar aire puro. Una isla para visitar en cualquier época del año y que además ofrece multitud de opciones para los niños. Conocerla a pie o en bicicleta son algunas de las posibilidades que se proponen para toda la familia.
Su clima templado permite disfrutar de cada rincón y bañarse en el mar gran parte del año, así como contemplar su magnífica luz y color. Admirar una puesta de sol o dejarse llevar por la contemplación de los azules del cielo y el mar se convierten en una experiencia en sí; pero la pequeña de las Baleares tiene mucho más que ofrecer a las familias.
Quien ha paseado por sus senderos, se ha dejado perder por sus caminos y ha visto el paisaje pasar a ritmo de pedaleo, sabe que Formentera es una isla que nunca se acaba. Sus 32 rutas verdes, caminos entrelazados que suman más de 100 kilómetros, permiten realizar rutas senderistas de todos los niveles y dificultades, así como paseos a caballo y bicicleta. Vistas panorámicas, playas, lugares de interés arqueológico, salinas, molinos, embarcaderos, explotaciones vinícolas o iglesias. Estos son algunos de los espacios que nos regalan mil y una visiones únicas.
Bosques de sabinas sinuosas, paisajes rurales salpicados de higueras con un escalonado exclusivo, dunas con una flora endémica, salinas y humedales. Es precisamente la naturaleza uno de los aspectos más valorados de la isla, algo que seduce a todo aquel que la visita en temporada y fuera de ella. Sin embargo, Formentera enamora también a unos viajeros muy especiales: sus aves, las que nunca, ni un año ni al siguiente, faltan a su cita. A lo largo de las cuatro estaciones es posible observar en la menor de las Pitiusas más de 200 especies, contando aquellas que son sedentarias, las que vienen solo en invierno, otras que se presentan en primavera y en verano para reproducirse y un buen número que solo aparece durante los pasos migratorios.
El Parc Natural de Ses Salines d’Eivissa i Formentera representa un ejemplo de la riqueza de la biodiversidad mediterránea. Como espacio natural de especial interés engloba un conjunto de hábitats terrestres y marinos, con valores ecológicos, paisajísticos, históricos y culturales de primer orden a escala internacional.
Los paseos en bicicleta nos permiten disfrutar, además, de hermosos paisajes en los que se alternan torres de defensa de la época de los piratas y despiertan la curiosidad de los niños. A lo largo del camino hay lugares con gran variedad de vegetación o dunas de arena, lo que permite disfrutar de la naturaleza en estado puro. La grandeza de los faros o los antiguos molinos de viento siempre impresionan a los más pequeños.
Formentera es conocida por sus playas y sus aguas transparentes, pero si visitamos su interior encontraremos los mejores rincones con encanto. El Faro de la Mola está considerado por muchos visitantes como un lugar mágico, como un faro del fin del mundo. Llegar a él a través de la Ruta Verde 29 es un pasaporte para viajar en el tiempo cien años atrás, por el carácter rústico de su paisaje rural, la presencia de ganado y la sorpresa de encontrar una casa a la izquierda del camino catalogada como Patrimonio arquitectónico, por sus rasgos típicos perfectamente conservados.
El Faro del Cap de Barbaria nos traslada a un paisaje casi desértico. Es lugar de reunión para las puestas de sol por las estupendas vistas del mágico islote Es Vedrá. A poca distancia del faro se encuentra una torre de vigilancia del siglo XVIII, Torre des Garroveret, que en su momento protegió la isla de invasores.
Formentera es energía; olor a pino, jara y sabina. Es la máxima expresión de la belleza; escondite natural y rincón secreto de magia verdadera.
Un paseo de invierno en familia por Formentera
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