Madrid, 30 de Junio de 1598
Voy a morir. Lo sé y lo saben. No lloren por mí, mi Dios, Padre y Señor me espera para darme la bienvenida a su mundo. El Emperador y Rey de Reyes, (Carlos V) también abrirá sus brazos, para acogerme en su regazo en el únitoc lugar posible, El Escorial.
Cuando vislumbras la luz al final de tu camino, cuando sientes que tu cuerpo ha comenzado a apagarse, es entonces cuando empiezas a descubrir el sentido de las cosas.
Soy consciente de lo que piensan de mí, de lo que llevan pensando desde el día que vine al mundo. La debilidad es algo que yo no elegí, algo contra lo que he luchado con severidad y valentía. La firmeza de mis decisiones no se ha rendido al flaco pulso que me invade. He querido y vivido en silencio. Al fin y al cabo las palabras no son más que meros disfraces de una voluntad que tiene que reflejarse con hechos, día a día. Tú me lo enseñaste.
He obrado en consecuencia, poniendo en valor aquello que tantas veces me dijiste: ‘Felipe, Felipe II te llamarán y tus hazañas reflejarán la grandeza de nuestro imperio y de nuestra dinastía. La de los Habsburgo’.
No sé si he conseguido estar a tu altura… En cada paseo que daba por los Jardines de los Frailes de nuestro Monasterio, en cada meditación que hacía viendo aquel hermoso tapiz de flores, sólo podía repetirme una y otra vez que mi vida era la mayor de las ofrendas a esta causa, la de ser Rey.
Ya es la hora. Ya suenan las campanas de nuestro Monasterio, y los pájaros están agitados. Puedo imaginármelos intentándose colar a través de las ventanas de la sala de batallas. ¡Cuántas ganas tengo de volver! En breve nos pondremos en marcha. Un camino que sólo es de ida, también lo sé, pero no puedo decir que no tenga ganas de hacerlo. De volver a recorrer cada estancia de nuestro templo. Mi templo. Los médicos me han desaconsejado este viaje. Un recorrido de 7 días. Tan sólo 7 días que me separan de nuestro lugar de retiro. Aquel que, cumpliendo mi promesa, construí por la victoria de la batalla de San Quintín, contra los franceses.
Nada es casualidad bien lo sabes, aquella batalla acaecida el día de San Lorenzo, no podía hacer otra cosa que bautizar el que desde entonces sería, mi escondite, mi cárcel y mi libertad, donde encontraría mi yo más sincero, mi yo más cercano a ti.
Sigo tus pasos hasta mi muerte, como lo hice en vida. Tú bien sabes que el Palacio que construí en mi monasterio, San Lorenzo el Real, lo hice a imagen y semejanza del tuyo en Yuste. Siempre quise ser un poco más tú.
En mis manos dejaste la decisión de dónde dejarte descansar. ¿Dónde mejor que en ese rincón y tesoro entre montañas y un mar de verdes pinos, como la sierra de Guadarrama? ¿Quién mejor que tú para comenzar un Panteón que pudiera recoger la grandeza de nuestra dinastía?
Un lugar sagrado lleno de misterios, de los que no voy a hablar, es mejor que siempre queden guardados en la Sala de los Secretos. Ya hablan demasiado los que me llaman ‘el Prudente’. Pues de no haberlo sido mucha más sangre se hubiera derramado, ¿Qué sentido tiene responder todas sus preguntas?
¿Acaso no hay preguntas infinitas padre? También yo he buscado incansable respuestas entre las páginas de los libros de la Real Biblioteca del Monasterio, hasta que entendí que tan sólo soy un mero mensajero de Dios. Y fue por él, para estar más cerca de él, para escaparnos de este mundo cruel, por lo que hice esta maravillosa obra de arte. Nuestro Monasterio. Desde Juan Bautista de Toledo hasta fray Antonio de Villacastin; desde la primera hasta la última piedra.
Aún a día de hoy no sé si yo le hice a él o el me hizo a mí... Pues cada ocaso que vi desde la silla de piedra que me construyeron en el monte abantos, o cuando el alba se colaba en mis aposentos, consiguió hacerme sentir vivo. Más humano y menos Rey.
Sus paredes hablan, sus bóvedas susurran, me susurran a mí… y yo padre, también le hablo. Debe saber guardar tantas reliquias como las que ahora ya tiene, más de 7000, debe saber guardarlas para cuando yo me vaya.
Soy quien no queriendo ser ha sido y he sido mucho más de lo que yo mismo pensaba que sería. Puedo afirmar y afirmo que siempre seré gracias a este tesoro. A fin de cuentas, él y yo somos uno, llenos de vacío, grandiosos aunque pequeños, hechos de pasillos y recovecos, de luces y sombras, pero gracias a él mi recuerdo y mi ser podrán ser eternos. Tranquilo padre, sé que aún me queda sufrimiento, ¿Cuánto sufrimiento está llamado a soportar un rey? He visto morir a casi todos mis hijos a mis 4 mujeres… y ahora sólo pienso que si al final de esta agonía eres tú quien me espera… Todo habrá valido la pena. Vuelvo a casa padre. El Real Monasterio del Escorial me aguarda.
Su católica Majestad
Felipe II