Hoy se cumplen dos meses desde que el Ejecutivo de Pedro Sánchez decretase el Estado de Alarma para hacer frente a la pandemia del coronavirus. A los primeros quince días se sucedieron tres prórrogas -la cuarta se aprobó la semana pasada y estamos todavía cumpliéndola- y durante este tiempo los españoles nos hemos acostumbrado –o no- a un muy notable cambio de vida y, sobre todo, de costumbres, y a que algunas de nuestras libertades esenciales se hayan visto restringidas en pro del bien común.
Se supone. Digo que se supone porque, en principio, no tendríamos porqué dudar de que la intención de nuestras autoridades con el apoyo de los grupos parlamentarios –apoyo que ha ido menguando votación tras votación- sea otra distinta a la de proteger nuestra salud. En otros países de nuestro entorno se está haciendo lo mismo y, en principio, el confinamiento se demuestra como la medida más eficaz pata controlar el contagio y evitar lo que más temen nuestros gobiernos: el colapso del sistema sanitario.
Sin embargo, dos meses después tenemos también la sensación de que el Gobierno ha ido más allá de lo que debía en el uso del Estado de Alarma. Da la sensación de que para Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, conscientes de su debilidad parlamentaria, el Estado de Alarma haya sido una especie de salvavidas al que agarrarse para ejercer un poder que, de otro modo, no habría podido ejercerse por el lógico control democrático del mismo.
Desde el principio el Gobierno transmitió actitudes inquietantes, impidiendo las preguntas en las ruedas de prensa y evitando el control parlamentario. Pero es en la búsqueda y persecución de la crítica donde el Gobierno está demostrando que el Estado de Alarma es algo más que una medida para contener la pandemia, que no es el contagio de la enfermedad lo que realmente preocupa al Gobierno de Pedro y Pablo, sino el contagio de la crítica.
El hecho de que Sánchez pretenda una prórroga de un mes para evitar una nueva comparecencia parlamentaria dice mucho sobre la desidia con la que acude al templo de la democracia. Seguramente una nueva prórroga sea necesaria, no digo que no, pero de ser así habrá de serlo en unas condiciones que, de verdad, impongan al Gobierno un estricto control sobre el ejercicio de un poder que empieza a parecerse a un régimen personalista.