Dejamos atrás los seis pilares que sostienen el templo del mercado español, pasamos el preceptivo control de seguridad y los saludos protocolarios mientras entramos en la antesala del corazón del capitalismo financiero.
Escucha este segundo episodio de "Historias de la Bolsa", un podcast en colaboración con BME:
La Bolsa de Madrid, en tonos ocres y entre cristaleras nos recibe, sin campana ni salidas a bolsa que devuelvan a este parqué el lustro y bullicio de cuando los corredores se reunían en círculos a casas órdenes y gritar aquello de “compro” o “vendo” en función del interés de cada uno.
Hoy este silencio nada más que lo rompen las conexiones en directo de los medios de comunicación que desde este edificio levantado en el siglo XIX a imagen y semejanza de sus pares europeas cuentan la actualidad del mercado en tiempo real o las excursiones a las que acuden los más curiosos para, de la mano de los estudiosos de BME, conocer a fondo el origen y simbología del mercado español.
Aunque en este Palacio de la Bolsa, el ‘rey’, el que está por todas partes, nos insiste María Iglesias, responsable de Eventos de BME, es el caduceo de Mercurio.
Mensajero de dioses
Un dios que se cuela entre las ornamentadas lámparas de un sitio al que ilumina, entre los cristales desde los que vigila y en las paredes desde las que escucha.
Para Mercurio no hay secretos y sus dos características que ilustran, como nadie, la velocidad por los viajes que se tenía que pegar a la velocidad del sonido para evitar malentendidos entre unas deidades ególatras y la prudencia de saberse el responsable de un mundo en continuas guerras.
Más allá del centro, como vemos en el Salón de Pasos Perdidos, la estancia ‘de los secretos’ y cuchicheos del mercado, el Caduceo es toda una declaración de intenciones de lo que es el mercado: fortuna, industria y por la navegación llegamos, de la cúspide (donde quedan las alas y la fortuna) al origen del mercado, el mar representado con las anclas los remos y el arpón.
Prudencia, neutralidad… pasan por los cuerpos de las dos serpientes, enzarzadas en un mortal combate a las que Mercurio les hizo entenderse. Si con ellas funcionó, con el mercado no va a ser menos.
Y entre los inversores, por muy airados que parezcan siempre acaba poniendo orden. Mercurio, el árbitro del mercado toma forma, en cada esquina, tras cada puerta, sobre cada cúpula en las que nos vamos a colar, con nocturnidad y alevosía para descubrir los secretos que se esconden tras los “pasos perdidos” del Palacio de la Bolsa o los cónclaves que un día decidieron cómo sería la economía en la que hoy nadamos.