Cuando los talibán pusieron un pie en Afganistán, 20 años después de que Estados Unidos invadiera el país, sabían lo que esconde su subsuelo. Un tesoro, rico en recursos naturales, valorado en 1 trillón de dólares (un billón de euros) por el Pentágono en 2010.

Durante dos décadas, el brazo islamista hizo del tráfico del opio y los impuestos cobrados en el tránsito terrestre de mercancías, su modus vivendi. Actividades instaladas cómodamente en la economía sumergida que le reportaban ingresos anuales de 250 a 1.300 millones de euros.

Tras su ascenso al poder en Kabul, los nuevos líderes talibán heredan uno de los países más pobres del mundo, el segundo con peor nivel de vida según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pero, paradójicamente, también asientan su nuevo régimen bajo un paraíso en recursos naturales.

Los expertos se preguntan, ¿qué va a pasar con la enorme riqueza sin explotar que aguarda el país?

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Opio. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), cuatro millones de afganos son drogadictos (11% de la población)

“La maldición de los recursos”

Afganistán, sito justamente en el cinturón alpino, al sur de Eurasia, aguarda reservas de recursos naturales ricas en cobre, bauxita y litio. Por arrojar algunos datos, el Ministerio de Minas afgano cuantificó en 60 millones de toneladas de cobre en 2010, tasadas en 80.000 millones de euros a los precios actuales de la Bolsa de Metales de Londres.

Más aún, la demanda de metales como el litio y el cobalto, o elementos de tierras raras como el neodimio, se está disparando a medida de que las sociedades desarrolladas inician la transición hacia los coches eléctricos y otras tecnologías limpias que emitan menos emisiones de carbono.

Parece evidente, un coche eléctrico medio necesita seis veces más minerales que un coche convencional…

No obstante, todo este potencial ha sido desaprovechado… Los problemas de seguridad, la falta de infraestructuras y las graves sequías, han impedido la extracción de los minerales más valiosos desde tiempos inmemoriales. Mientras, en la actualidad, el 90% de la población afgana sobrevive con menos de 2 dólares al día, de acuerdo un informe del Servicio de Investigación del Congreso estadounidense publicado en junio.

Este fenómeno tiene un nombre: “la maldición de los recursos”. Una teoría que explica lo inverosímil, que un país con abundantes recursos tenga un menor desarrollo económico y social que otro con muchos menos activos.

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Un coche eléctrico medio necesita seis veces más minerales que un coche convencional, según AIE

Las nuevas amistades de los talibán

Ante el cerco económico internacional, sustento del 80% de la economía del país, los talibán tendrán que explorar nuevas opciones de subsistencia. Una de ellas es el opio, viejo conocido del régimen islamista, que sirvió para abastecer sus arcas durante dos décadas.

Ahora, llegan a un país muy familiarizado con la droga narcótica y analgésica, siendo el primer productor de opio del planeta, con amplio margen de diferencia.

Parece lógico que los talibán no vayan a prescindir de las plantaciones de adormideras. Pero, sin los 4.284 millones de euros que recibe anualmente en concepto de ayudas extranjeras, el poder fundamentalista tiene que urgir un plan b.

La estrategia podría pasar por Beijing. El gigante asiático se frota las manos con el tesoro que aguardan sus tierras. El líder mundial en la extracción de tierras raras, no han tenido reparo en admitirlo, “hemos mantenido contacto y comunicación con los talibanes afganos”.

El antiguo imperio del centro está inmerso en un programa de energía verde donde los minerales juegan un papel capital. Un matrimonio de conveniencia en toda regla, que podría salvar al régimen talibán del colapso monetario. Más aún, ahora que la economía occidental le ha dado la espalda. Eso sí, ¿a qué precio?