Tambores de guerra, tiempos de cambios. Se derrite la paz “artificial” de la Guerra Fría, Rusia contra las potencias occidentales – Estados Unidos a la cabeza – miden fuerzas en un territorio de apenas 44 millones de habitantes, Ucrania que está a la espera de conocer si será el escenario de la próxima Gran Guerra.
En peligro… más allá de las vidas de las personas, el suministro de gas a Europa, el sustento económico de todo un sistema y un nuevo orden mundial.
Escucha la historia completa en este podcast de Mercado Abierto:
El 3,8% del PIB de Ucrania viene de lo que cobra a Rusia por el tránsito del gas a Europa que pasa por su territorio y ahora el objetivo es 'ahogarla'
Más de 1.000 años como un solo país y siendo Ucrania, el campo de Rusia. El peligro a una invasión – otra más – está ahí. Ambas naciones comparten historia, orígenes y conflicto. Allá por el siglo IX Rusia, Bielorrusia y Ucrania, la denominada Rus de Kyiv no era más que una confederación de tribus eslavas orientales gobernadas por los nórdicos.
Más que un Estado eran una especie de conjunto de ciudades dispersas por los actuales territorios de Ucrania, Bielorrusia y noroeste de Rusia que, juntas, llevaron a la región a uno de los mayores periodos de expansión económica de su historia.
Desde entonces, todo se vino abajo la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas – también Ucrania -, en 1991, colapsó. Gorvachov no supo reaccionar. Y la olla a presión nacionalista, gestada durante 70 años estalló en el corazón del, hasta entonces, imperio soviético.
Ucrania es estrategia. 1.576 kilómetros de frontera que a Rusia le son suculentos para ampliar su esfera de influencia por y contra la OTAN.
La Vieja Europa del Este contra la Alianza Atlántica. Y aquí es donde está el problema. En la OTAN. En Estados Unidos. En 2008 Washington prometió a Georgia y Ucrania que un día serían parte de la unión entre países. Aquí ellos, dicen los diplomáticos, no tienen la culpa.
Son los supervivientes, aseguraba a finales de la pasada semana el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken.
Nada sobre Ucrania, sin Ucrania. Sobre la OTAN, sin la OTAN y sobre Europa, sin Europa. Esta es la tesis que en estos momentos defiende Occidente: lo que se negocie se hará sin presiones, en libertad.
Desde Moscú insisten en que en su hoja de ruta no está, ni mucho menos, un ataque, una invasión. Serguéi Lavrov, el que es ministro de Exteriores de la Federación Rusa, aseguraba hace unos días que Estados Unidos estaba encargándose se hacer de un conflicto menor, una histeria mundial.
Y a todo esto… ¿dónde está Europa?
En el campo de batalla de un futurible conflicto. Lo fue en la Primera Guerra Mundial y también en el segundo gran conflicto. Tierra de paso y de guerras. Por eso a Bruselas no le interesa que la escalada bélica vaya a más.
La libertad y soberanía de Ucrania para tomar sus propias decisiones no está sobre la mesa. Es lo que decía esta misma mañana la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, desde Bruselas, mientras anunciaba un paquete de ayudas de 1.200 millones de euros para sostener al Gobierno de Kiev tanto tiempo como sea posible.
Mantener a raya a Moscú es el único objetivo. ¿Realista?
Pero más allá de todo esto hay otra variable. Nada desdeñable y que hay que tener en cuenta. La energética. El gas ruso. Se calcula que el 40% del gas que consumimos en Europa viene del gigante euroasiático.
Alemania, por esto mantiene, de momento, en stand-by, el importante viaducto NordStream 2 por el que, a través del Báltico, Berlín y Moscú pretenden abastecer de gas a Europa sin depender de Ucrania.
Elemento trascendental en una crisis con la que también se pretende ahogar a Kiev. Y es que el 3,8% del PIB de Ucrania viene de lo que cobra a Rusia por el tránsito del gas a Europa que pasa por su territorio. Sin dinero es más sencillo, piensa el Kremlin, que los ucranianos se lancen a los brazos de la ‘madre patria’.
¿Y el gas?
Solo hay que recordar lo que pasó hace un mes. Entonces, el precio de gas en el mercado de Países Bajos, el que impone la factura al resto de Europa, alcanzó máximos históricos en los 180€ megavatio hora.
Entonces, el gigante ruso Gazprom decidió reducir el suministro por el gasoducto que cruza Ucrania y los mercados entraron en pánico. Temían que no hubiera suficiente para calentar las casas en invierno.
A la contra, lo llamativo aquí es que hoy – con el conflicto más latente si cabe – aunque al principio nada de esto parecía inmutar a los inversores, las ventas han sido generalizadas. Aunque en el mercado de la energía nada se está notando.
Las reservas de gas del Viejo Continente rondan ahora el 43%, un nivel bajo para lo que hemos estado viendo en los años pasados. Pero… las llegadas de gas licuado en barcos podrían hacer frente a la demanda creciente en Europa.
De hecho, hoy adelanta Financial Times que Washington ya está negociando con Qatar y Turquía para que nos abastezcan de gas a los europeos. En cualquier caso, los analistas dicen que esto podría tratarse de una maniobra que tiene más motivaciones económicas que políticas: Asia no necesita gas y los barcos se dirigen a Europa que, eso sí, lo estamos pagando caro.
Ahora sí, si Rusia decide cortar el grifo de repente en Europa nos quedaríamos con el agua al cuello. Necesitaríamos gas de la noche a la mañana y no tenemos de dónde sacarlo.
Desde entonces Europa ha tratado de dar solución a la dependencia de los mercados rusos para el gas, pero no se ha hecho nada. ¿Por qué? Porque el gas que producimos no es suficiente. En la transición energética es un actor clave y las renovables todavía no las tenemos muy desarrolladas. El gas de Moscú sigue siendo principal para nuestra economía.
¿Qué es exactamente Rusia? ¿Hoy y ahora? ¿Y mañana? ¿Dónde ven los rusos las fronteras de su tierra? De momento, son preguntas que el célebre disidente soviético, Aleksandr Solzhenitsin, se hacía ya en 1990 y que hoy siguen sin respuesta.
El conflicto, a las puertas de Europa y por delante hojas y hojas de nuestro libro de historia por escribir. Un libro, que debemos ser conscientes, que estamos viviendo.