La economía de China se enfría en el cuatro trimestre del año, presionada por la débil demanda interna y las consecuencias de los aranceles estadounidenses. El crecimiento de 2018 es el más bajo en casi tres décadas y aumenta la presión para que Pekín ponga en marcha más estímulos con el objetivo de evitar una desaceleración más acusada.
En todo el año, el PIB ha crecido un 6,6%, su expansión más lenta en 28 años y un enfriamiento desde el 6,8% revisado del año previo. En el último trimestre del ejercicio el PIB ha crecido un 6,4%, en línea con lo esperado pero por debajo del 6,5% del periodo previo.
La tasa de crecimiento es la más débil desde la crisis financiera, lo que se suma a los temores a una mayor desaceleración en el crecimiento mundial. China ha generado casi un tercio del crecimiento mundial en los últimos años y su desaceleración alimenta la ansiedad por los riesgos que esto supone para el comercio y la economía global, algo que ya está pasando factura a las grandes compañías como Apple o los principales fabricantes de automóviles.
El Gobierno de Xi Jinping ya ha prometido más apoyo para reducir el riesgo de pérdidas masivas de empleos, como aumento del gasto en infraestructuras o la reducción del coeficiente de reservas obligatorias de los bancos. La idea de Pekín es, sin embargo, evitar una "avalancha" de estímulos como la utilizada en el pasado, que ayudó a incrementar rápidamente el crecimiento pero también a elevar la deuda del país.
Los funcionarios se han comprometido recientemente a impulsar la demanda de los consumidores de artículos de gran valor, desde automóviles hasta electrodomésticos. Sin embargo, el aumento de la renta disponible se está ralentizando y la deuda de los hogares va en aumento.
Los consumidores chinos ya están sintiendo la presión y aunque las ventas minoristas aumentaron un 9% el año pasado en noviembre ya marcaron la tasa de crecimiento más baja en 15 años. Además, las ventas de automóviles en el mercado automovilístico más grande del mundo se redujeron por primera vez desde la década de 1990.
La inversión en activos fijos subió un 5,9%, la más lenta en al menos 22 años, por el peso de la presión del gobierno contra la financiación de mayor riesgo y la deuda. La producción industrial se incrementó un 6,2%.
La inversión inmobiliaria, otro factor clave, creció un 9,5% anual pero también parece tambalearse. Muchos analistas dudan de que Pekín corra el riesgo de suavizar las restricciones impuestas a los compradores de viviendas que han mantenido a raya una posible burbuja inmobiliaria.
Los datos de las últimas semanas muestran que las exportaciones y las importaciones se han ralentizado en la recta final del año, mientras que la caída de los pedidos de fábrica apunta a una nueva caída de la actividad en los próximos meses.
El crecimiento de China en 2018 se desacelera a su nivel más bajo de los últimos 28 años
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