Tú, que te alzas en el Puente Nuevo, entre los vaivenes que dan forma a tu tajo, contemplas desde lo más alto el chapoteo y las risas de los jóvenes lozanos a las orillas del Guadalevín.
Defensiva, auténtica y con un torrente de historia que discurre por cada uno de tus rincones, de tus raíces, de tus piedras calizas me despido de ti sabiendo que no quiero irme… Solo las águilas, los gavilanes y alimoches me ven ataviada para la partida con camisa, fajín y chaquetilla para luego volver a esconderse en los canutos de riscos que inundan tu Serranía…
No quiero dejar nada a la suerte y termino de atarme las botas, esas que tantas veces me han hecho correr por Los Alcornocales, de fuertes troncos, espeso follaje, que fueron mi cobijo, que me transportaron a regiones ya ausentes y que suplieron las noches de soledad que pasé en Fuente Luenga.
Me gustas porque tocas y no rompes, porque eres tierra de sabores y remotas tradiciones. Eres el oro en forma de aceite que nace de la Cueva del Becerro, El Burgo y la Yunquera... ¡Ay! Y qué dulce y caprichosa eres con tu anís y aguardiente.
He forjado una imagen romántica de ti y sé que he causado una profunda impresión en muchos insignes viajeros. He recorrido cada una de las esquinas de la Casa del Gigante, nuestro palacio, legado nazarí, con su patio central y su alberca… También pedí en el Convento de Santo Domingo, por ti, por mí, por los dos… Pero su destino no fue otro que el de acabar convertido en una mera plaza de abastos, testigo de los asaltos perpetrados con mi cuadrilla. Ahora, me acompañan en la marcha las pisadas de Azabache y el latir de mi corazón.
También digo adiós a la Iglesia de Santa María, ahí dejo a “la roldana”, y en la Cuesta de Santo Domingo, al Palacio del Rey Moro. Los aljibes fueron almacén de polvorín y depósito de grano en los que también cometí mis fechorías y el resto de estancias las usé para no dejarme ni un botón de tu vida por desabrochar aunque, sin duda, las mejores vistas son las del jardín, salvado por escalinatas decoradas con azulejos y jalonadas por fuentes y estanques de nenúfares. Sé que nada de esto era para mí y que yo no era para ti.
Anoche ya me despedí de tus murallas y de tu Puerta de Almocábar. Adiós a tu Semana Santa, a tu Corpus y a tus Romerías. Ya no tocaré tu artesanía, tu corcho, tu cuero o tu esparto… La dureza de la forja o la suavidad de tu madera tallada se quedan aquí. Adiós a los atardeceres…Ya no habrá más tardes toreras en tu plaza ni morlacos que quieran embestir. Yo, que me enrolé en las labores propias del pillaje, no te convenía pero, inexplicablemente, me atrapaste… RONDA.