Un año después de la llegada del demócrata, Joe Biden, a la Casa Blanca son más sombras que luces las que asolan a su administración.
Sin aprobar el programa de gasto por la parálisis de las cámaras legislativas, sin tener claro el rumbo en política migratoria y con una imagen decadente se enfrente, en estos meses que viene, a unas elecciones de medio mandato a las que llega sin la opinión pública a su favor.
¿Qué le viene por delante?
Escucha la historia completa en este podcast de Mercado Abierto:
El presidente demócrata, Joe Biden, cumple un año en el cargo con más luces que sombras; con la inflación desbocada y un plan de gasto social paralizado perdiendo encuestas
Estados Unidos, ese país ingobernable con un presidente, Joe Biden, al que le toca gestionar una cartera mixta de éxitos y fracasos en país de heridas abiertas.
365 días, 8.780 horas, 525.600 minutos, 31.536.000 segundos. Este es el tiempo, segundo arriba, segundo abajo, que el demócrata lleva sentado en el sillón del Despacho Oval de la Casa Blanca.
El tío Joe, un hombre que a sus 79 años alcanzó la cima política del mundo, la presidencia de los Estados Unidos de América.
46º presidente de un país que hoy es más hostil que aquel gélido 21 de enero de 2021, en Washington se despertó ya como ‘líder’ del mundo libre.
Poco después de que la cúpula de poder del Distrito de Columbia viviera el ‘asalto al Capitolio’ del 6 de enero como uno de los episodios más surrealistas de la historia de un país fundado sobre los cimientos del colonialismo.
Por aquel entonces, recuerden, hablamos de hace apenas un año, la pandemia mantenía su impulso inexorable en hospitalizaciones y muertes por COVID-19, pero la vacunación iba bien, al economía se recuperaba y el Congreso de los Estados Unidos estaba dispuesto a inyectar el dinero que fuera necesario al sistema para que saliera adelante.
Millones y millones de dólares que se prometieron y no llegaron. Que se presentaron como el antídoto a una crisis sin precedentes que hoy se deja sentir en las calles con más fuerza si cabe. Todo puede ir a mejor, es verdad, pero tampoco ha ido a peor, eso es lo que le salva a Biden.
Economía, medio ambiente, energía, transporte, sanidad… todo jugaba al son de su zapateo. Todo estaba funcionado y el ‘abuelo de Pensilvania” tan contento.
Cheque y vacuna
Cheques en bancos y pinchazos en brazos esa fue su estrategia. Dar dinero para gastar a los estadounidense - luego esto se le vino a la contra - mientras vacunaba a una población que, todavía hoy, vive con 70 millones de estadounidenses, algo más del 38% de los ciudadanos que vagan por las calles y que no están inmunizados contra el Sars-CoV-2, simplemente, porque no quieren.
Sin tirar de verborrea - apenas ha concedido 22 entrevistas en este último año y acogido otras tantas rueda de prensa - el demócrata llegó a al primavera. Derritió el hielo de los tejados y de los viaductos de petróleo que sumieron al país, en aquellos primeros meses de administración, en una profunda crisis energética a la que, pocos días después, puso un ‘punto y seguido’.
"Por América"
El 4 de julio, Día de la Independencia, Joe Biden amaneció en una América idílica, soleada y optimista y con un 70% de los ciudadanos vacunados, desde entonces, no han cambiado mucho las métricas.
Antes había pasado por la crisis migratoria de marco en la frontera con México o el acalorado debate en el Congreso por sus primeros 100 días en un cargo que los republicanos seguían calificando de “robado” al expresidente, Donald Trump.
Kabul, atentado del verano
Y de aquí a la guerra. Agosto, Kabul, un atentado en el aeropuerto internacional Hamid Kerzai de la capital de Afganistán ponía en jaque al mundo. Era 24 de agosto y las informaciones, en un primer momento, eran confusas.
Los talibanes, 20 años después de la entrada de Estados Unidos en su conflicto civil tomaban el poder con la entrada en la capital. Gobierno al exilio y todo por la retirada de las tropas de Washington de una zona que no estaba preparada para andar sola.
Él, sin embargo, sostenía que hicieron lo que debían. Que la decisión de no ampliar el plazo para la salida era la correcta y que Estados Unidos no podía seguir inyectando millones de dólares en un país que no se ha alcanzado la mayoría de edad dos décadas después de sus primeras incursiones.
Cuesta abajo
Y a partir de entonces, todo ha ido para abajo; en Virginia, en noviembre, los estadounidenses (demócratas) perdieron unas elecciones a gobernador del Estado – aunque Biden decía que iba a ganarlas - que supusieron la primera prueba de fuego de Biden con unas urnas en las que no cosecha tantos apoyos como en su día lo hizo en la carrera presidencial.
Entretanto los precios están desbocados. Máximos de 4 años con un crecimiento interanual de la inflación del 7% a cierre de 2021. Con unos mercados financieros en máximos, pero sin ganas de mantener el impulso inversor. Con una Reserva Federal, una banco central, que quiere actuar, pero no sabe como.
En su haber queda el plan de infraestructuras de 1,2 billones de dólares que logró aprobarse en el Congreso tras meses de debate en el seno del Partido Demócrata aunque el de gasto social de otros casi 2 billones de dólares, de momento está en suspenso porque dice que hay “minorías” - en clara alusión a los republicanos - que no quieren el “bien de los estadounidenses”.
Con esto, además, tiene otro problema y es que algunos demócratas tampoco le compran esta plan de gasto masivo porque, dicen, ralentizará el crecimiento económico y será un propulsor para la inflación.
Para buena parte de las leyes, son necesarios 60 de los 100 votos del Senado y los demócratas solo cuentan con 50. Dos de ellos, Manchin y Sinema, se han negado desde el principio a cambiar esta regla (el llamado filibusterismo) y Biden se equivocó al pensar que los convencería.
Más guerras
Por delante el conflicto con Rusia que no cesa en su escalada. Y Biden ya descuenta, a todo esto, una invasión de Ucrania en la que tendrá que intervenir en el marco de la OTAN. ¿Europa? Para él un actor de segundo orden y mientras en casa trata de convencer de que el futuro está en juego, no hay nada seguro y menos para él.
En unos meses se enfrenta a las elecciones de medio mandato, en la que se renuevan unas cámaras legislativas que le pueden complicar - y mucho - la vida a un presidente de transición, como él mismo se denominó durante una investidura en la que se presentó, sin chalecos de balas, ante un país en guerra, un país ingobernable, por mucho que se empeñe.