900 millones de personas están llamados a votar desde hoy hasta el 19 de mayo en lo que se ha llamado el mayor ejercicio democrático del mundo, 84 millones de ellos lo harán por primera vez. La India celebrará las elecciones en siete fases, necesarias dada la magnitud de una votación de este calibre en un país de 1.300 millones de habitantes, y dará a conocer el resultado previsiblemente el 23 de mayo.
Habrá más de 800.000 centros de votación y 11 millones de trabajadores y agentes de seguridad. Los colegios deben ser custodiados por la policía federal ante la sospecha de negligencia en fuerzas locales. El engranaje electoral en el segundo país más poblado del mundo costará más de 5.800 millones de euros.
El partido gobernante del primer ministro Narendra Modi, Bharatiya Janata, espera renovar para un segundo mandato de 5 años, pero las encuestas sugieren que podría ser una lucha reñida. Su coalición podría hacerse 273 de los 543 escaños del que se disputan en la Cámara baja, un escaño más de lo necesario para gobernar. El principal rival de Modi es Rahul Gandhi, presidente del partido de la oposición y miembro de la dinastía política más influyente del país.
El discurso nacionalista, en torno a la seguridad, y la respuesta de Modi a las recientes tensiones con Pakistán por el estado de Cachemira le han ayudado a subir en las encuestas pero su gestión económica se pone en duda y la opinión de la ciudadanía al respecto será uno de los pilares que inclinen la balanza electoral.
Durante su mandato, Modi ha introducido una serie de reformas importantes, como la aplicación del impuesto sobre bienes y servicios y la desmonetización. Pero aunque el crecimiento se aceleró bajo su gobierno y se ha mantenido por encima del 7%, el beneficio ha sido desigual y el primer ministro ha incumplido su gran promesa de campaña: la creación de 10 millones de empleos. Precisamente, es el empleo la principal prioridad de los votantes.
La India necesita crear más de 8 millones de puestos de trabajo al año para mantener a su creciente población, según el Banco Mundial. Solo en 2018 se estima que se perdieron alrededor de 11 millones de empleos y la tasa de paro subió al 6,1% en el periodo 2017-2018, su nivel más alto en 45 años, según una encuesta del gobierno citada por Business Standard.
Casi el 83% de la pérdida de empleos se produjo en la región rural que representa dos tercios de la población de la India y en un país donde todavía el 70% de la ciudadanía se gana la vida de manera directa o indirecta con la agricultura.
Los agricultores se han manifestado varias veces en el último año para reivindicar mejoras en su situación. Algunos economistas apuntan a la decisión de Modi en 2016 de invalidar la mayor parte de la moneda en circulación, en su lucha contra la evasión fiscal, como motivo de los daños en el sector. Tras la escasez de efectivo, la sequía generalizada y el aumento de los costes han hecho el resto y en las últimas elecciones locales el BJP de Modi perdió en tres estados rurales.
¿Por qué no se crea suficiente empleo?
El país se ha diversificado económicamente y está orientando el crecimiento hacia los servicios y las manufacturas. Al mismo tiempo, la mano de obra sigue siendo barata y la clase media es creciente, con un acceso cada vez mayor hacia estructuras sociales, educativas, de salud y transporte.
Se señala a dos de las decisiones más importantes de la última legislatura, la desmonetización y el régimen fiscal, pero las respuestas también apuntan a que el rápido crecimiento ha contribuido a crear una estructura de empleo dualista. Hay una pequeña proporción de los puestos de trabajo de clase media en los servicios comerciables y en la industria manufacturera, frente a un vasto conjunto de puestos de trabajo inseguros y de baja calidad en el sector informal y primario.
Se suma una transición agraria inacabada que mantiene una gran población rural económicamente improductiva de pequeños productores de productos básicos. Todo esto se debe tanto a factores políticos internos, como a los desafíos de la industrialización tardía y la globalización. Se suma a las desigualdades derivadas en gran parte del fuerte sistema de castas y la existencia todavía de importantes desigualdades y bolsas de pobreza.
El consumo se ha ralentizado y tampoco ha conseguido remontar como se esperaba el programa Make in India, cuyo objetivo era convertir al país en un gran centro manufacturero y estimular las inversiones.
A favor de Modi, el Ejecutivo ha logrado frenar la inflación y el déficit fiscal. Aunque la inversión extranjera directa se ha reducido en este año electoral y la rupia se encuentra en una posición debilitada, las previsiones apuntan a un crecimiento del 7,3% del PIB en 2019.
La demanda interna, con un incipiente sector exterior favorecido por la devaluación de la moneda, sigue apoyando la economía, pero el potencial demográfico no durará para siempre. La India necesita generar empleos con salarios dignos y posibilidades de crecimiento.
El Gobierno que salga de las urnas tiene muchos y variados deberes, desde impulsar la industria manufacturera y las exportaciones para poder crear los millones de empleos necesarios, hasta las reformas agrarias y laborales pendientes que permitan a empresas y familias mejorar sus condiciones. Fomentar la inversión, impulsar la productividad y garantizar un mejor acceso al capital serán también parte de la nueva hoja de ruta.