La compañía organizadora del actual Campeonato Mundial de Ajedrez entre el noruego Magnus Carlsen y el aspirante, Sergei Karjakin tiene un problema legal.
Como en cualquier competición, el seguimiento de las jugadas es minucioso y la transmisión de los movimientos se hace de esperar para todos cuantos esperan ver el desarrollo de la partida pero hemos de saber que mientras que los contendientes se estrujan sus cerebros por decidir la jugada, en el exterior, hay otra batalla que empieza a ser tan famosa como la deportiva y hablo de la que pretende hacerse con la propiedad intelectual de la información que genera el encuentro.
Díganme, ¿De quién son los datos de los movimientos realizados? ¿Del jugador que los realiza o de la empresa organizadora?
La clave es la valiosa información en tiempo real. Seguramente la solución pase por distinguir entre el aviso en tiempo real, es decir, todo lo que supone la retransmisión del evento y los anales de la partida así como los comentarios personales de los jugadores.
Es muy difícil explicar a los contendientes que no son los titulares de ese movimiento y que no se trata de una patada a un balón (aunque no dudo de que algo de intelectual pueda haber detrás de esa elección también en un campo de fútbol). Pero un tablero de ajedrez parece algo distinto.
Lo que está claro es que acceder al encuentro donde tiene lugar, es lo que ha adquirido el propietario del torneo, que los comentarios posteriores acerca de la competición, los puede hacer cualquiera y que el resultado es de interés general, y va más allá de los derechos de cualquier contendiente a tener derechos, pero créanme que negar la propiedad intelectual del movimiento al aspirante Karjakin que pudiera derrotar al invicto Carlsen no es fácil.
En definitiva, muchos, sobre todo los que no son especialmente aficionados al ajedrez, pensarán que la información ha de ser libre y circular mas si la partida de un encuentro de este tipo la considerásemos una obra de arte, piénsenlo, igual sus autores tienen mucho que decir sobre su propiedad, ojo, siempre que no la consideremos una obra de arte por encargo.
Por: Arcadio García Montoro