En días como hoy, no me acuerdo de olvidarte. En noches como las de ayer me doy cuenta de cuánto ruido puede hacer el silencio… Con lo fácil que pareció borrarse todo y lo frágiles que resultaron ser los recuerdos…
Estoy aquí en el Mirador del Bendito haciendo grandes esfuerzos para no olvidarte a ti y al azul intenso de tus ojos.
Fuiste la razón por la que perdí el norte y por la que dejé que el sur me ganara… Le di permiso al blanco sobre el negro, y a esas playas, como la pequeña caletilla o el salón, para que inundaran todos mis vacíos.
Cuando eres niña siempre vas a pecho descubierto y con el corazón en la mano, y yo sabía que aquellos paseos contigo, antes de merendar, que aquellas cuestas eternas en bicicleta silbando y aquel casco antiguo de 1487, romperían mis puntos cardinales… para convertirlos en cardenales ahora que estás sin estar.
No estuvo en tu voluntad olvidarme, lo sé. Tampoco en la mía quererte antes de ser, pero contigo te llevaste la belleza del pueblo… El arco morisco que custodia la entrada a la playa de Calahonda, ése al que llaman boquete, no es ni parecido con lo que siento yo aquí sin ti. Es como si la brújula se hubiera desimantado, como si el sol pareciera no poder brillar… Y mientras una parte de mi infancia, de nuestra historia, he querido guardarla en la cueva que de tu mano descubrí.
Entre tus canciones me contabas que aquella cueva era ‘tu tesorillo’ yo un poco recelosa, jugaba diciéndote que eso era imposible, porque tu tesorillo era yo. Quería saber más de lo que tú sabías.
Tú decías no saber nada, pero a través de las arrugas de tus manos, descubrí el Festival de esa gruta y pude ver como el poder de la Sala de la Cascada dejaba sin palabras a las personas.
Un lugar con tanta historia fue testigo de la nuestra... No, nosotras no teníamos la columna más gruesa del mundo formada por una fusión de estalactita y estalagmita… Pero sí teníamos el amor más grande del mundo, de esos que leías en tus libros sentada en tu tranco, tomando el eterno sol que siempre lucía entre tus sonrisas.
Debimos desafiar más de la cuenta al tiempo, debió envidiar tanta felicidad condensada en sólo tres meses estivales que comenzaban con el ‘sanjuaneo’ Nunca quemamos un Júa, decías que los muñecos no eran para quemarse. Parece que aún huelo los espetos de sardinas y tus deliciosas ‘tortas de San Juan’ Me enseñaste a querer este pueblo a sus fiestas y sus gentes. Mi amor por Nerja siempre fue exponencial a mi amor por ti, aunque sé que no te gustaba que lo dijera… Pero entonces vino el olvido y él nos ganó.
Hoy te escribo, como empecé a escribirte cuando comenzaron los primeros despistes ‘No sé dónde tengo la cabeza’ decías mientras le quietabas importancia.
Te escribo porque al igual que el querer. Algo no se olvida si al menos una de las dos personas lo recuerda. Yo lo recuerdo todos los días que paso por el balcón de Europa. Aquella antigua fortaleza del siglo IX.
¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidarte? Me sigo enamorando de la Playa de Burriana en la que sigue hondeando su eterna bandera azul. Tú me explicaste que era azul porque al mirarla se reflejaba su agua en los ojos y que por eso los nuestros también eran azules, de tanto mirar el mar.
A él, a ese mar que parece no tener fin le entrego todas las cartas que no leerás, porque aunque sé que mis ojos no se harán más azules, busco los tuyos en su horizonte.
La memoria se fue sin avisar, no se encendió la luz de ninguna reserva simplemente sucedió… y por primera vez en mi vida tuve vértigo. Sentí que caía desde lo alto del Puente del Águila.
Intenté retroceder hacia atrás, haciendo honor a la plaza que más te gustaba, la Plaza de los cangrejos, te llevé hasta allí a ver si nosotras también podíamos caminar para atrás en el tiempo, pero no funcionó abuela.
Al final, cuando habiendo sido cómplices, mucho más que tu nieta, pasamos a ser casi desconocidas, descubrí que el verano en Nerja no podía ser azul sin tus ojos, que Nerja era tan bonita porque eras tú quien la miraba… y ahora que ya no estás, que te dejaron sin nuestros recuerdos, soy yo quien debe recordarle a Nerja lo bonita que fuiste tú andando por sus calles.
El día que acabaron los olvidos… este rincón de la costa del sol, siguió con su costa pero olvidó su sol.