Corría el año 1946. Por aquel entonces, un joven de 20 años llamado José Espona reunía 15.000 pesetas de la época para adquirir una fábrica de harinas en Rubí. En ese momento la sopa, los macarrones o los canelones, todos se fabricaban con harina, que le quitaba sabor y valor nutricional a estos alimentos. Pero Espona quiso innovar y traer a nuestro país una forma revolucionaria de hacer pasta: fabricarla con trigo duro. La primera pasta que consiguió con este material fue en 1950, y ahora, en la actualidad, es así precisamente como trabajan todos los fabricantes de pasta en España.
Pastas Gallo empezó como una empresa familiar, y 70 años después eso no ha cambiado. Desde pequeños José Espona instó a sus seis hijos a que trabajaran en la empresa familiar. En 1997 el padre de la familia murió y su hijo José María, tomó las riendas de la compañía como CEO. Pero cuando en 2012 murió su madre, Jose María Espona decidió alejarse de Pastas Gallo y vendió sus acciones a sus cinco hermanos. Desde entonces cada uno tiene el 20% del accionariado.
Cinco personas con el mismo porcentaje durante más de seis años. Ya saben el dicho sobre las relaciones sentimentales, más de dos son multitud, pero cuando hablamos de una gran empresa que tiene que tomar decisiones importantes para el curso de la misma, cinco personas con el mismo poder de decisión son más que multitud. Cinco personas entre 40 y 60 años, con hijos, con muchos hijos y por tanto muchos potenciales herederos.
El árbol genealógico y la herencia se le va complicando cada vez más a la familia Espona. No es la primera vez que surgen rumores de venta de la compañía. El 2017 se comentaba en el mercado que las dos hermanas, Silvia y Pilar Espona, estaban dispuestas a poner en venta su participación del 40%. Al final la cosa no llegó a nada, pero quién sabe si esta será la definitiva para dejar volar al que fue el séptimo hijo de José Espona, la empresa Pastas Gallo.