Con la cuarta revolución industrial a la vuelta de la esquina son muchas las voces que alertan de las consecuencias que tendrán las nuevas tecnologías en nuestro modo de vida y, especialmente, en la composición y el futuro del mercado laboral. La llegada de la Industria 4.0 –si es que no estamos ya entrando en ella– trae consigo la robotización, las fábricas inteligentes, el Internet de las cosas, la impresión 3D o la biotecnología. Nuevas realidades que jugarán un papel trascendental en las próximas décadas, como el que tuviera la máquina de vapor durante el primer gran cambio de la industria productiva.

El Foro Económico Mundial advertía hace unos meses que para 2020 los robots y la inteligencia artificial asociados le quitarán el trabajo a 5 millones de personas en los 15 países más desarrollados del mundo. Según estas previsiones, los primeros empleos que sufrirán este cambio estructural serán los manuales o los más repetitivos y, a cambio, se crearán unos 2 millones de trabajos nuevos, asociados a la innovación tecnológica. Al margen del debate sobre el impacto general, económico y social de esta nueva revolución industrial, la pregunta muchas veces ignorada es a quién va a pasarle el cambio productivo una mayor factura y, por el contrario, quién puede utilizarlo en su beneficio. Si tenemos en cuenta que a fecha actual las mujeres conforman una minoría importante en los sectores laborales y académicos asociados a las ciencias y las tecnologías, podríamos encontrar en ellas un grupo especialmente vulnerable.

Cada vez más mujeres entran en sectores tradicionalmente atribuidos a los hombres, pero su representación disminuye a medida que aumenta la categoría profesional y llegamos a los puestos directivos. Según Fedea, las mujeres apenas ocupan el 10% de los altos cargos en España y, si consiguen alcanzar un puesto directivo, cobran de media un cuarto menos que sus compañeros masculinos, según Eurostat. La agencia estadística europea explica que de los 7,3 millones de empleados en puestos de alta dirección de las empresas con más de diez trabajadores sólo uno de cada tres son mujeres. Pero el desequilibrio salarial no afecta únicamente a las altas directivas y de media en la Unión Europea las mujeres cobran un 16,3% menos que los hombres, divergencias que se replican en casi todo el mundo.

Todas estas diferencias –de salario y representación en altos cargos– se aprecian más en ciertos sectores del mercado laboral y uno de ellos son las carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics). Considerando que para el año 2025 el 50% de las profesiones estarán relacionadas con las nuevas tecnologías parece imperioso reducir esta brecha. María José Villanueva, vicepresidenta de Imagen y Comunicación en la Asociación Española de Ejecutivas y Consejeras y ejecutiva de la industria farmacéutica, explica que “en el mundo de la tecnología, en todo lo relacionado con la transformación digital, es dónde la mujer está teniendo una menor participación”.



Según los cálculos, en España actualmente las alumnas de ingeniería suponen un 26% respecto al 74% de alumnos, lo que al final tiene “un impacto enorme en el mercado de trabajo porque hay muchísima menos fuerza laboral femenina” explica Villanueva. Esta experta alerta de que el reto es que “la transformación digital sea liderada tanto por mujeres como por hombres y o actuamos ya o estaremos llegando demasiado tarde”. En la misma línea se manifestaba el pasado mes de octubre Isabel Tocino, Consejera del Banco Santander, durante la presentación de Women at Technology, cuando incidía en que la transformación digital supone en sí misma una revolución en nuestra forma de pensar: “Nos encontramos en un tiempo de innovaciones en el que las mujeres no podemos quedarnos al margen”.

Frente al pesimismo que causan las cifras también hay voces esperanzadas. Es el caso de Roberto Espinosa, experto en tecnología y socio director de LTC Madrid, quien al mirar a largo plazo considera “que la tendencia es positiva” y espera que el entorno digital cree oportunidades que no entiendan de género.

De los 2,4 millones de empleados que hay en el sector europeo de la alta tecnología, según Eurostat, sólo 1 de cada 3 son mujeres. En la meca de la tecnología, Silicon Valley, se repite la ecuación: allí las mujeres suponen menos del 20% de la fuerza laboral. Espinosa argumenta que, sin embargo, muchas compañías están dándose cuenta del problema que supone que la mayoría de los puestos de trabajo estén ocupados por hombres, sobre todo en los relacionados con carreras STEM. “Muchas empresas ya están haciendo cambios e implantando programas para solucionarlo, y no se hace sólo por un tema de justicia sino porque se están dando cuenta de algo que a veces se queda en papel mojado, y es que los equipos de trabajo y las empresas diversas son más innovadoras y más productivas explica. El objetivo es atraer “otro tipo de talento” que aporte otros puntos de vista y fomente la creatividad empresarial.



¿Puede entonces jugar la tecnología un papel importante en este futuro digital para las mujeres? Espinosa explica que sí y argumenta que la tecnología debería ser una herramienta que permita avanzar en la igualdad y ayudar a las empresas a aprovechar el talento. Algo tan simple y popular como Skype, que permite realizar llamadas y conferencias telefónicas en cualquier momento, sería un elemento fundamental para la conciliación familiar y laboral, uno de los mayores retos en cuanto a igualdad en el mercado laboral. El software que ya forma parte de la vida diaria de las empresas, y cuya presencia aumentará más conforme se vaya consolidando esa cuarta revolución industrial, puede favorecer la movilidad laboral y las herramientas tecnológicas necesarias para establecer un espacio de trabajo móvil, que no requiera la presencia física en la oficina e impulsar así la conciliación y profesionalización.

Frente al alarmismo, la tecnología sería una oportunidad y ayudaría a promover un cambio cultural en el mundo empresarial. La cuarta revolución industrial podría suponer algo más que la esperada llegada de los robots.