En la lucha por el poder internacional, y con el Estados Unidos de Donald Trump de medio costado, China saca cada vez más ases de su manga. El gigante asiático tiene prácticamente el monopolio mundial de tierras raras, un grupo de 17 elementos de la tabla periódica que son más comunes que el oro pero no suelen encontrarse en grandes concentraciones, lo que hace que sean muy deseados.

Se utilizan para la fabricación de tecnología, desde misiles a drones pasando por las turbinas eólicas, motores de coches o la electrónica de consumo. La creciente demanda de los productos electrónicos y de la energía limpia ha disparado el precio de algunos de estos metales.

Se estima que China copa más del 90% de la producción de las tierras raras de todo el mundo y también es su principal consumidor. Mucho más atrás se encontrarían otros países productores como Rusia o India, con cifras inferiores al 5%. Esto hace que los sectores industriales de otras regiones tengan una dependencia casi total de las tierras raras del país asiático. Es el caso de Europa y también de España, donde quizá estos minerales se hayan conocido más por la polémica de la mina de Ciudad Real. En 2017 se puso fin a uno de los proyectos que quería realizar la empresa Quantum para extraer monacita del Campo de Montiel, tras la denegación definitiva por el ataque a la biodiversidad de la zona que suponía el plan.

Estados Unidos es el tercer mayor consumidor de tierras raras, pero sus reservas están a unos niveles muy alejados del porcentaje chino, a pesar de que hace décadas sí era el principal productor gracias a California. La creciente competencia china, con bajadas de precio incluidas, y las críticas a la seguridad medioambiental llevaron al cierre de Mountain Pass.

Esta competencia llevó a Pekín a los tribunales y la Organización Mundial del Comercio declaró ilegales las restricciones a la exportación que aplicaba China a estos metales y otras materias primas. China argumentaba que sus restricciones formaban parte de su política de conservación pero la OMC, a la que está adscrita, falló que esta política no es posible si no se restringía la producción y el consumo nacional al mismo tiempo.

Ahora que Pekín se ha propuesto luchar contra la contaminación y estrechar el control sobre su industria y la producción, los precios de las tierras raras podrían subir al calor del crecimiento de la demanda y también del cierre de algunas minas ilegales. Pero el gobierno de Xi Jinping, que tiene como objetivo el liderazgo mundial, no parece dispuesto a dejar pasar la oportunidad de dominar este mercado. Ejemplo de ello es su enorme apoyo gubernamental a los coches eléctricos, que hizo que China se convirtiera en 2015 en el mayor mercado mundial de estos vehículos cuyos motores utilizan las tierras raras.