No sé si lo habéis escuchado... Pero un año más tenemos nuevos Premios Nobel. En Física el esperado Nobel a los investigadores de las ondas gravitatorias: Rainer Weiss, Barry Barish, y Krip Thorne, por sus aportaciones fundamentales en este campo maravilloso que permite medir un cambio miles de veces menor que un núcleo atómico.

Todo gracias a un interferómetro láser que ha hecho realidad la aspiración de Einstein de medir las ondulaciones del tejido espacio-tiempo, aunque él creía que no sería posible. Estos investigadores calculan que en 20 o 30 años podrían recibir ecos del Big Bang, es decir, de los primeros momentos del universo.

¡Qué decir de los descubridores del funcionamiento del reloj interno! Sí, ese concepto tan raro del ritmo circadiano que regula los procesos vitales de los seres vivos, por ejemplo, patrones de sueño y metabolismo, y que nos provoca el famoso "jet lag" en un viaje largo. El mérito de Jeffrey Hall, Michael Rosbash y Michael Young está en desentrañar el mecanismo molecular que lo controla.

Y en Química, Jacques Dubochet, Joachim Frank y Richard Henderson por el desarrollo de una tecnología para generar imágenes tridimensionales de moléculas que han sido cruciales, por ejemplo, para entender el virus del Zika.

¿Y la literatura? ¿Hablamos en un programa de ciencia del premio al británico de origen japonés Kazuo Ishiguro? Pues sí, porque las humanidades también son importantes para la sociedad y para la ciencia. Más si cabe, cuando cada vez estamos más seguros de que lo sentimos y pensamos afecta claramente a nuestra salud. Por tanto, ¿no es el arte en sí, también una medicina?.

Quedan el Nobel de la Paz, y el de Economía, nuevos nombres que se unirán a la historia.

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