China ya es el primer país del mundo que ha envejecido antes de hacerse rico. Las cifras alarman al todopoderoso Partido Comunista Chino (PCCh) que sufre ahora las consecuencias de su dañina política del hijo único, impuesta en 1979 en aras del crecimiento económico. La pirámide poblacional se invierte a pasos agigantados en un país que sigue arrojando cifras de potencia emergente, sin consolidar la reducción de la pobreza y las desigualdades y consciente ya de su desaceleración económica. Así que la ciudadanía china envejece más rápido de lo que puede enriquecerse, provocando un enorme desequilibrio que amenaza el bienestar y la estabilidad de la sociedad.



Cuatro décadas de férreo control de la natalidad han marcado el curso de un país donde la población comenzará a decrecer en 2029, cuando alcanzará su máximo con 1.442 millones de personas. La Academia de Ciencias Sociales de China (ACSCh) alerta de que si no se toman medidas la población habrá caído a 1.100 millones de habitantes en 2065, un nivel similar al del comienzo de la década de 1990. Para mantener a la población, China requiere una fertilidad de 2,1 hijos por mujer. La tasa media actual está en 1,6 y la Oficina Nacional de Estadística alerta de que en 2018 el número total de nacimientos se redujo a 15,2 millones, una caída del 12% y el nivel más bajo en 60 años.

Este descenso en la tasa de natalidad, junto con el aumento de la esperanza de vida, implica que China tiene cada vez menos trabajadores para mantener a las capas más ancianas de su sociedad. “Son cifras alarmantes que preocupan al Partido. La base de la filosofía china, asentada en una familia fuerte, va a ser muy difícil de recuperar”, reconoce Georgina Higueras y Rumbao, vicepresidenta de Cátedra China y periodista especializada en Asia.

El mercado laboral de la segunda economía del mundo ya ha llegado a un punto crítico, en el que la demanda de mano de obra supera la oferta, lo que lleva a un encarecimiento de esa mano de obra, con subida salarial pero baja productividad. Es lo que se llama “punto de inflexión de Lewis” por el que una economía pasa de la abundancia de trabajadores, especialmente desde el ámbito rural, a la escasez. Es el fin de la mano de obra barata que ha caracterizado a China en las últimas décadas.

La fuerza laboral ha pasado del máximo de 79,1% en 1990 a estar por debajo del 69% en la actualidad, lo que lleva al Gobierno a “deslocalizar sus fábricas en otros países de Asia como Laos, Camboya o la India”.

Pekín se plantea elevar la edad de jubilación para sostener un sistema que se tambalea. Antiguamente el hijo varón se encargaba de los padres ancianos, de ahí la preferencia sobre las mujeres en los nacimientos. Pero ahora, con menos hijos para hacerlo y una Seguridad Social deficiente lastrada por el mercado laboral, la experta señala que hay “200 millones de personas sin pensiones” y un gran porcentaje de pensiones mínimas que no alcanzan a cubrir el coste de la vida, especialmente en el ámbito rural donde todavía se concentra un 40% de la población el país. Y en un Estado de 1.395 millones de personas, llegar a esa población rural es sumamente difícil.

Si las mujeres fueron las que más sufrieron la política del hijo único –con esterilizaciones, abortos forzosos, intimidación o maltrato– son también las principales perjudicadas por la situación actual. “El Gobierno obliga a que la empresa pague íntegramente la baja maternal de cuatro meses, lo que supone un alto coste para las empresas, con lo que intentan asegurarse de no contratar a mujeres que van a tener más hijos o buscan excusas para poder despedirlas”, explica Higueras y Rumbao.

Este contexto incrementa su situación de vulnerabilidad sin apenas garantías ni protección. La presión social se cierne sobre las mujeres en un país que tradicionalmente ha mirado mal a quienes alcanzan cierta edad y no están casadas ni han sido madres. Ahora, con 30 millones de hombres más que mujeres, se redobla esa presión.

Por el momento la respuesta de Pekín es elevar esa edad de jubilación y eliminar de su próximo Código Civil las políticas de restricción de la natalidad por completo. La previsión es que estas medidas tampoco funcionen. La precariedad, la presión laboral y el alto coste de la vida en las ciudades pesan más en las decisiones familiares de la ciudadanía china.