Como cada verano, las costas españolas, griegas e italianas se llenan de inmigrantes que, con su desesperación, traspasan como sea el mediterráneo para alcanzar el maná prometido. Se dejan durante el camino, de media, 7.500 dólares, 9.000 si quieren ir al norte de Europa. Las zonas del norte y del sur del Viejo Continente ya se muestran de esta manera en las tarifas de los traficantes de personas.

Aunque, en cuanto a precios de viajes, hay de todo. Un viaje ilegal a Europa, vía Libia, cuesta alrededor de 650 euros, mientras realizar la travesía de forma más segura a través de Turquía puede llegar a valer entre 4.500 y 6.000 euros.

Según la Organización Mundial para la Emigración, el tráfico de inmigrantes mueve 35.000 millones de dólares, cerca de 32.000 millones de euros, a escala mundial. Eso es apenas la sexta parte que el tráfico de medicamentos, o la quinta parte de lo que mueve la prostitución. Sin embargo, el negocio está creciendo muy deprisa: en poco más de una década ha aumentado en un 75%.

Los traficantes de personas compran barcos destinados al desguace por los que pagan menos de 100.000 euros, que amortizan en un solo viaje. La agencia europea Frontex estima que cada trayecto en estos barcos de la muerte reporta al armador ingresos de entre uno y cuatro millones de euros

Otro factor importante de la inmigración es su impacto en las economías de los países de origen. El Banco Mundial estima que las remesas suponen nada menos que el 25% del PIB en Haití, y entre el 10% y el 15% de Pakistán, Guatemala, Filipinas, Kosovo, Jamaica, Jordania, Senegal o El Salvador. En Tayikistán, las remesas son el 45% del PIB, según la ONU.

Esta imagen nos sorprendía este fin de semana pasado. Tomada por la agencia Reuters da una idea de la magnitud de la tragedia que se vive cada día.

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Aunque no es sólo negocio, las cifras que ya muestra el tráfico de personas nos lleva a otra época, la de la trata de personas. Ahora con nombre distinto, inmigración ilegal, para verlo como problema ajeno y no tener el remordimiento de pensar que hemos vuelto a la esclavitud en pleno siglo XXI.