China tiene un reto: y es dar salida a las 13 millones de viviendas que tiene sin vender. Suman un total de unos mil millones de metros cuadrados vacíos o, lo que es lo mismo, el espacio suficiente como para albergar a toda la población de Australia.

El gigante asiático pretende aligerar la carga de su sector inmobiliario, que constituye alrededor del 15% del crecimiento económico del país. ¿Cómo? Animando a la población migrante a que compre propiedades en ciudades pequeñas y así impulsar la demanda.

Sin embargo, aunque este remedio puede parecer sencillo a simple vista, no lo es. Lo difícil está en proporcionar el dinero necesario a ese sector de la población. Y es que muchos de los más de 270 migrantes chinos ganan por debajo de 3.000 yuanes al mes (unos 462 dólares), esto es menos de la mitad del precio por metro cuadrado necesario para poder comprar una vivienda en una ciudad como Changzhou, que está entre las ciudades más baratas de las ofertadas.

Con bajos ingresos y pocos intereses, estos trabajadores no son los candidatos más indicados para pedir un préstamo. Por tanto, las autoridades chinas deberán encontrar promotores inmobiliarios que estén dispuestos a ofrecer descuentos y que los gobiernos locales puedan subsidiar estas compras de viviendas. Pero Pekín no sólo quiere favorecer la compra a la población migrante, más rural, sino que su objetivo es que aquellos que residen en ciudades pero tienen ingresos bajos también puedan comprar viviendas a menor precio.

Otro obstáculo es que más del 70% de los trabajadores migrantes que actualmente están viviendo en ciudades prefieren alquilar a comprar, según datos de la Comisión Nacional de Salud y Planificación Familiar.

Las autoridades chinas esperan instalar en ciudades a unos 100 millones de migrantes para el año 2020. Los funcionarios de pequeñas y medianas ciudades se han comprometido a otorgar el estatus de residente permanente a la población más rural. No obstante, el acceso al bienestar sigue siendo una preocupación.